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Primera semana de Cuaresma
Disponerse para la conversión (II): Parar para revisar la vida
Mateo 5,20-26

Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano

Este viernes penitencial nos dice fuertemente: ¡Detente!  En la cuaresma sucede como cuando uno pasa en carro por un cruce de ferrocarril: primero hay que parar para luego mirar (e incluso escuchar) si no está viniendo el tren.  El evangelio de hoy va lejos en este punto: hay parar incluso lo más sagrado para darle prioridad a la reconciliación con el hermano.

Precisamente en el cuadro central que nos presenta el evangelio de hoy (Mt 7,23-24), tenemos el caso de un orante que ha peregrinado desde lejos hasta el Templo de Jerusalén, y quien –quizás con gran esfuerzo- ha dejado atrás todas las demás actividades cotidianas para darle prioridad al encuentro con Dios en el culto. Resulta que en medio del culto se “acuerda” de una relación que se ha roto (muchas veces es así: justo cuando estamos orando emergen rostros y sentimientos, generalmente de los que no andan bien). Al fin y al cabo, como vimos ayer la oración y las relaciones con los demás van de la mano. Entonces Jesús coloca ahí la enseñanza: “Deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano” (v.24).

La frase “vete primero” señala una escala de valores. Si bien es verdad que no puede haber nada más importante que buscar a Dios (“Busca primero el Reino de Dios...”, Mt 6,33), que ninguna actividad por importante que sea supera la oración y la liturgia, hay un valor mayor, esto es, una prioridad: ¡la reconciliación con el hermano! (la “justicia” del Reino que Mt 6,33).  La reconciliación con el hermano ofendido es tan importante que no da esperas ni dilaciones, tanto es así que se puede interrumpir el acto más sagrado del mundo para hacerlo.

Pero la enseñanza va más a fondo: si bien es normal que en algún momento las relaciones pasen por crisis, la persona se hace irresponsable si deja que los problemas avancen. Es ahí donde está el pecado: el problema no es un momento de enojo sino dejarse conducir por él hasta llegar a nefastas consecuencias. Veámoslo en el texto:

(1) En el v.22 se describen tres niveles de agravamiento de una enemistad: (a) nivel 1: la cólera; (b) nivel 2: la agresión verbal; (c) nivel 3: el no reconocimiento del otro como persona. Del tercer nivel al asesinato no hay sino un paso (porque el otro ya no es ningún valor para mí, ni siquiera es gente; este es el sentido de la palabra aramea “Raqa”, que traduce “cabeza hueca”, citada al final de este versículo).

(2) Contemporáneamente en cada nivel de agravamiento, Jesús indica gradualmente una mayor responsabilidad que se adquiere: (a) te juzgará el tribunal (local); (b) te juzgará el Sanedrín (tribunal nacional); (c) te juzgará el mismo Dios. Este proceso se ilustra luego con el ejemplo de dos enemigos que por no conciliar a tiempo fueron hasta las últimas consecuencias (ver los vv.25-26).

En fin, al leer este texto en la cuaresma, comprendemos que la penitencia está hecha de relaciones personales que se reanudan. La vida en el seguimiento de Jesús exige estar muy atentos a hacer continuamente actos de reconciliación que consisten en:

(1) Ir a buscar cuanto antes a aquel a quien yo le hecho daño: “el hermano tuyo que tiene algo contra ti”.

(2) Reconocer que, por encima de todo, esa persona es un “hermano” (el texto repite cuatro veces “su” o “tu hermano”). Se trata de relaciones en las cuales las buenas relaciones se rompieron y el amigo se volvió enemigo (= “tu adversario”, v.15ª). Reconciliarse es reconstruir la fraternidad.

(3) Salvar la vida, porque sabemos cómo comienza el camino del odio pero nunca sabemos en qué puede terminar. Por eso, cultivar una relación de odio, es entrar irresponsablemente en el camino del “asesinato” (v.21).

El primer mandamiento de la Ley de Dios pide amar a Dios sobre todas las cosas, pero esta prioridad de Dios (confesada en la liturgia) no se realiza si no se llega a él recomponiendo prioritariamente las relaciones descompuestas: la reconciliación. Entonces el culto –que pone el corazón en comunión con Dios- será verdadero. 

Ahora ya sabemos como quiere el Señor que lleguemos a la gran liturgia pascual del gran Reconciliador de la humanidad.

Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:


1. ¿Tengo algún enemigo?

2. ¿La restauración de relaciones rotas es una prioridad que desplaza todas mis demás ocupaciones? ¿Dejo avanzar los problemas? ¿O simplemente desisto?

3. ¿Qué reconciliaciones concretas voy a trabajar durante esta cuaresma, de manera que la celebración pascual sea una verdadera y auténtica fiesta de la reconciliación?