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Primera semana de Cuaresma
La cuaresma como ejercicio de oración
Mateo 6,7-15

Vosotros, pues, orad así

La segunda tarea del ejercicio cuaresmal es la oración. Este es un tiempo en el que reforzamos nuestros tiempos de oración y los cualificamos. 

La oración va unida al compromiso, por eso la primera lección de la cuaresma fue que el amor a Dios se ejercita en el amor al hermano. Pero como no se trata de un mero ejercicio de altruismo, sino de expresión del amor de Dios que nos habita, es fundamental el ejercicio de la oración.

La oración vivifica y ahonda la relación con Dios generando espacios estrechos de confianza, haciendo palpitar al unísono los dos amores y haciendo que se impregne más en nosotros el rostro del Padre de quien nos reconocemos hijos.

En la catequesis sobre la oración, en el sermón de la montaña, Jesús nos da pautas concretas para que le demos vida a la oración:

(1) Al contraponer dos tipos de oración, la de los paganos y la de los discípulos de Jesús, invita a dar un salto cualitativo en el espíritu de oración.  El pagano apoya su oración en el ejercicio de la retórica: la oración se vuelve discurso preocupado por la belleza del discurso que seduce al oyente para arrancarle lo pedido (ver Mt 6,7). El discípulo de Jesús, por su parte, apoya su oración en el ejercicio de la confianza: la convicción de lo que más conmueve a un papá es ver a su hijo necesitado, él lo percibe antes que el hijo abra la boca (ver 6,8). El fundamento, la atmósfera y la manera de hacer la oración, entonces, es diferente al de una persona que no conoce el amor de Dios.

(2) En el Padre Nuestro, Jesús recoge la última idea y muestra cómo se lleva a cabo. La atmósfera de la oración se crea en invocación fundamental a partir de tres elementos

(a) atreverse a llamar a Dios “Papá”, el trascendente se aprehende en su inmensa cercanía;

(b) presentarse ante él no como orante solitario sino como miembro de una familia que sabe decir “nuestro”;

(c) percatarse que la paternidad de Dios no es una proyección de las paternidades humanas, sino al contrario, una revelación que viene de lo alto: “que estás en el cielo”.

(3) Al interior de la oración notamos que la oración básica es la repetición de los pronombres “Tú” y “Nosotros”.  La relación se teje en este encuentro: el “Tú” se inserta en “nosotros” y viceversa, generando una mutua posesión que no es de sometimiento sino de libre Alianza de amor fecundada por bendiciones.

(4) Lo primero que se acentúa es el “Tú”: lo que se pide ante todo es a Dios mismo; antes que cualquier otra cosa, Él es el bien mayor que necesitamos e imploramos. Esto purifica el corazón de cualquier otro interés secundario en la relación con Dios y para doblegar la existencia entera ante las tres grandes acciones de un Dios que viene a nuestro encuentro: “Santificado sea tu Nombre” (6,9c), “venga tu Reino” (6,10ª), “hágase tu voluntad, así en la  tierra como en el cielo” (6,10b).

(5) Luego se acentúa el “Nos”: el corazón se abre para recibir las bendiciones cotidianas del amor fundante. Dios viene al encuentro de nuestras necesidades como un Papá responsable que trae el pan a su familia (“Nuestro pan cotidiano dánosle hoy”, v.11), que vela por la unidad de su familia muchas veces quebrantadas por discordias (“Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores”, v.12), que sostiene en la debilidad (“No nos dejes caer en tentación”, v.13ª) y que libera –con la sangre de su Hijo- el mal que se anida en el corazón, para que el hijo no vuelva a irse de su casa (“Mas líbranos del mal”, v.13b).

(6) Cuando el hijo es auténtico refleja el rostro de su Padre, por eso en la oración el hijo se vuelve “padre” para los demás. Esto se nota en la capacidad para perdonar. Pero la disposición para el perdón por parte nuestra es la condición primera para que esto sea posible (ver 6,14-15).

Durante la cuaresma volvemos a la escuela de la oración. En esta escuela lo central es el aprendizaje de la apertura de corazón de un hijo que redescubre fascinado todos los días –como Jesús- el amor de su Padre y se inserta en lo más profundo de ese amor por el abandono en él.  En la Cruz del viernes santo contemplaremos a un Hijo que, habiendo optado por la voluntad de Él en el Getsemaní, le confía completamente su vida en sus manos. En la Vigilia Pascual, junto con él bendeciremos nuestra filiación en las aguas de las que nacimos como hijos de Dios.

Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:


1. A partir de la lectura del evangelio de hoy, ¿siento necesidad de volver a la escuela de la oración de Jesús? ¿Qué considero que está flojo en mi vida de oración?

2. ¿Qué lecciones me da Jesús en su catequesis sobre la oración y qué relación tienen con el camino cuaresmal?

3. ¿Qué programación especial podría hacerme para cultivar en esta cuaresma espacios de tiempo más amplios y cualificados de oración?