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Primera semana de Cuaresma
La cuaresma como  ejercicio de amor
Mateo 25,31-46

Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis

 La cuaresma es un ejercicio del corazón. El desierto de soledades rugientes que espantan se encuentra visitado por una presencia que seduce con su ternura, sana el amor herido y atrae fuertemente para restaurar la comunión rota o descuidada (ver Dt, 32,10 y Os 2,16).

Jesús también en su cuaresma en el desierto, renovó a fondo su “sí” al Dios que lo reconoció públicamente como Hijo suyo y lo inundó con su Espíritu de amor. Allí dejó en claro la pureza de sus intenciones en la misión al colocar el querer de su Padre como el valor primero que guiaría su ministerio entero y el vivir en función de los demás como criterio básico de todas sus acciones, es decir, no utilizando jamás su poder para su propio beneficio.

El “Otro”, que es el Padre, y los “otros” que somos los hombres, son los puntos referenciales de la vida y ministerio de Jesús; en su caminar estará siempre tejiendo esta doble relacionalidad. Todo discípulo está llamado a seguir este camino de descentramiento personal combatiendo el mal que lo aprisiona en su egoísmo. El ejercicio del amor es el gran horizonte espiritual de la cuaresma (ver la separata de esta revista).

Y, por supuesto, el amor tiene que ser probado verificando sus motivos internos. Por eso el evangelio de hoy se presenta en términos de juicio, de evaluación. Por un momento nos transportamos hasta lo que será el momento final de nuestras vidas, el encuentro cara a cara con Jesús para responder por lo que hemos hecho y lo que hemos dejado de hacer, de manera que tomemos a tiempo decisiones que nos permitan llegar a alcanzar el mayor deseo de nuestro corazón: “¡Que mi vida futura espejo sea sin fin de tu hermosura!” (Himno de Laudes).

En la parábola de Mateo 25,31-46, la majestad del Rey no anula la premura delicada del pastor que presta su último servicio al rebaño que ha pastoreado un día entero. Se tiene presente el momento en el que, al guardar el rebaño en el aprisco, se da a la tarea de separar las ovejas de los cabritos, los cuales necesitan mayor calor. El miedo que causa la idea de un juicio viene matizado con esta imagen del Pastor, quien representa siempre cuidado, atención y amor con su rebaño.

La separación que opera el Rey con actitud de  pastor es una invitación para que revisemos de qué lado está cada uno de nosotros. El criterio fundamental es el amor y está formulado en la frase: “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (v.40; que aparece de nuevo en forma negativa en el v.45).

Tres puntos fuertes aparecen:

(1) El amor se mide por el “hacer” no por los sentimientos que declaramos ni simplemente por la intención.

(2) El amor pedido tiene un distintivo: a “los más pequeños”. En Mateo el pequeño es el frágil física, emocional y espiritualmente; el que necesita todo tipo de apoyo. Se caracteriza también por su invisibilidad social.

(3) Jesús se identifica con los “pequeños” a quienes llama “hermanos míos”. Hay una presencia sacramental de Jesús en ellos y con mayor densidad porque son sus hermanos en el sufrimiento. Por eso al pequeño se le respeta como se respeta la inmensa grandeza de Jesús coronada por el camino de la Cruz (sentido del título “Hijo del hombre”). Es en ellos donde Jesús -el amado- pide ser buscado, honrado y servido.

La parábola no deja nada en abstracto. Los indicadores específicos de este “hacer” en el que se ejercita todo el que ama a Jesús son seis situaciones de precariedad donde la ayuda es inaplazable: (1) el hambre, (2) la sed, (3) la necesidad de techo, (4) la desnudez, (5) la enfermedad, (6) la perdida de la libertad en una cárcel. Todas ellas, si las leemos en binas, nos piden una apertura grande de corazón para (1) compartir la mesa, (2) acoger con el doble abrigo de la casa y del vestido propio y (3) salir de la comodidad para buscar a uno que está solo y que, humillado, no puede valerse por sí mismo.

La capacidad de respuesta efectiva ante el sufrimiento del otro es la medida del amor. La cuaresma nos pide este ejercicio del amor: dilatar el corazón hasta que sea tan grande, tan descentrado de sí mismo y salvífico como el del Crucificado.

“Al atardecer de la vida seremos juzgados sobre el amor”, dice san Juan de la Cruz. Al atardecer, al final de esta cuaresma, a los pies del Crucificado su amor de pastor que sufre y se ocupa de los más desvalidos evaluará si en esta cuaresma dimos pasos concretos en nuestra capacidad de amar. Luego en la Vigilia Pascual , porque dijimos “sí” al llamado de Dios en el hermano, tendremos autoridad para volver a prometer nuestro “sí” bautismal de entrega total a Dios.

Para cultivar la semilla de la Palabra en la vida:


1. ¿Por qué la cuaresma comienza con una invitación a revisarnos en la caridad hacia los hermanos que sufren?

2. ¿Cómo se correlacionan la imagen del juez y la del pastor? ¿Qué quieren decirnos?

3. ¿Qué tareas concretas que expresen el “ejercicio del amor” voy a realizar de manera especial en esta cuaresma? ¿A quién(es)? ¿En qué momentos?