Lectio Divina

Presentación

“Os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo,
quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne”
(Ezequiel 36,26)

 

Saludamos una nueva etapa en nuestro caminar como discípulos del Señor: la Cuaresma.

¿Cuántas cuaresmas hemos vivido hasta ahora? ¡Y sin embargo ninguna es ni será igual! Vamos a hacer todo lo posible para que le captemos también a ésta su novedad. No olvidemos que el misterio pascual de Jesús siempre es nuevo y que cada vez nos regala un nuevo destello de su riqueza inagotable.

Reconozcamos también, de parte nuestra, que tampoco somos los mismos de... por ejemplo, hace un año. Nuevas inquietudes han aparecido, hemos crecido en unos aspectos y a los mejor hemos descuidado otros, vivimos nuevas circunstancias que necesitan ser releídas, purificadas, vivificadas a la luz de la Pascua de nuestro amado Señor. En todo ello ¡Necesitamos Pascua!

Cuarenta días...

El número cuarenta es simbólico, representa un espacio espiritual particular que configura las coordenadas de un proceso pascual. Como nos enseña la Biblia, la pascua no fue solamente el “paso” del Mar Rojo; ése fue apenas el comienzo de la pascua. La pascua en realidad es el “paso” completo del desierto que se corona con la entrada en la tierra buena, donde hay espacio para todos porque todos ya lo abrieron primero dentro de sí purificando el corazón de toda maldad.

El paso es completo cuando ya no hay marcha atrás y cuando la vida se proyecta desde un nuevo principio vital que da fecundidad y crecimiento que permite ganar nuevos espacios de vida. Para nosotros este principio vital no es otro que la vida nueva del Crucificado Resucitado que recibimos por la savia sacramental.

Este año procuraremos con plena conciencia en el camino cuaresmal para que nuestra inserción en el misterio pascual sea efectiva.

La Palabra de Dios nos presenta los matices de la acuarela cuaresmal. Mirando los pincelazos y también el cuadro entero comprendemos mejor qué es lo que el Señor nos invita a vivir:

·       Cuarenta días como los de Jesús en el desierto, quien movido por el Espíritu, en ayuno y oración, combatió a Satanás (ver Lc 4,1-2 y paralelos).

·       Cuarenta días como los cuarenta días del diluvio, imagen primera del bautismo que sepulta bajo sus aguas el “cuerpo de pecado” para que renazcamos como hombres nuevos, con una conciencia nueva, como los hijos de una nueva creación (ver Génesis 7-8 y 1ª Pedro 3,20-21).

·       Cuarenta, como fueron los días y las noches orantes de Moisés en el monte Sinaí: poniéndole la cara al Señor y recibiendo de sus manos la Torá hasta escribirlas con la tinta indeleble del Espíritu en las tablas de carne del corazón (ver Éxodo 34,28 y 2 Corintios 3,3).

·       Cuarenta días bajo la sombra de las alas de Dios que nos sostienen en la crisis y el sufrimiento interior, como fue sostenido el profeta Elías en su fuga hacia el Horeb, siendo alimentado solamente por su Señor  (ver 1ª Reyes 19,8).

·       Cuarenta, como los años de caminar del pueblo de Israel en el desierto, haciendo la escuela de la vida, aprendiendo a vivir de Dios, en lucha constante para demoler al Faraón codicioso y dominador que todos llevamos dentro (ver Deuteronomio 8,2-5).

·       Cuarenta días, como el tiempo de la paciencia de Dios que espera la conversión de la gran ciudad y sus estructuras injustas, su sociedad de consumo y olvido de Dios, así como lo anunció el profeta Jonás cuando recorrió a pie y le habó proféticamente a cada rincón de la gran Nínive (ver Jonás 3,4).

En fin, un tiempo en que se toma en serio a Dios y se hace consistente el compromiso de la Alianza, la opción fundamental de Dios por nosotros y de nosotros por él.

Retomar la opción fundamental...

La cuaresma es un tiempo de gracia, por parte de Dios, y de conversión, por parte nuestra. La conversión no es posible sin la gracia de Dios. Y este hecho pide que se sepa aunar el don y el esfuerzo. Para ello hay que hacer procesos.

La cuaresma es un camino. Como puede verse en las citas de arriba, se trata de una dinámica, de un itinerario que hay que recorrer serenamente, paso a paso, con los pies en el suelo frágil que nos expone siempre a la contradicción interna del pecado, pero sobre todo con la mirada puesta en el amor extraordinario que nos ofrecen los brazos abiertos del Crucificado Resucitado.

Todo invita a que volvamos a lo fundamental. En medio de tantas dispersiones de la vida, hace falta.

Volver a lo fundamental es lo mismo que retomar lo fundante, o mejor, Aquel sobre el cual se apoya nuestra vida.  En la persona de Jesús se  unifican  todas las dimensiones de nuestro ser y convergen todas nuestras búsquedas y deseos más profundas. Claro está, encontramos a uno que nos buscó primero.

En la experiencia del Bautismo el abrazo es completo y se convierte en Alianza nueva que sellamos juntos, Dios y nosotros.  Allí volvimos a nacer para Dios, fuimos dados a luz para una vida nueva conducida por el Él, esa vida que discernimos y construimos todos los días tratando de auscultar el palpitar del Espíritu, corazón de Dios, en nosotros.

Y no podemos separar el bautismo del acontecimiento de la Cruz, porque fue allí que el abrazo de la Alianza fue completo, en ella fuimos dados a luz con un dolor que no fue nuestro. 

Es así como retomamos el proceso de la gestación catecumenal mediante la instrucción de la Palabra, ese pan vital del que mantuvo en pie a Jesús en el desierto (ver Mateo 4,4) y que proviene del mismo Dios.

...En el itinerario de la Palabra

Así como el pueblo de Israel, fuimos engendrados en la pascua. La gestación se dio en el poder creador de la Palabra que nos hizo existir, que nos hizo salir de nuestros encerramientos para vivir en función de los demás y formar el pueblo en el que todos se aman con el corazón de Dios.

Por eso podríamos llamar también a la cuaresma “tiempo de responsabilidad”, de responsabilidad espiritual. Precisamente, la conversión no es un ejercicio de autosantificación ni de perfeccionismo humano sino ante todo de “respuesta” a una Palabra de amor, Palabra creadora y generadora de vida que nos antecede.  Pero no lo olvidemos, no hay corazón nuevo si el Señor no lo crea: “Crea en mí, oh Dios, un puro corazón” (Salmo 51,12ª).  Responder a la Palabra es dejarse crear.

Cada Palabra del Señor es como un golpe de cincel que va tallando en nosotros la imagen viva de Jesús. La responsabilidad espiritual se ejerce en la apropiación personal de cada toque del cincel, la cual requiere ejercicio de oración sosegado y prolongado. Esta es la manera de dejarse crear.

Para ayudarnos a dar esta “respuesta” existe precisamente la “Lectio Divina”. Ella es, efectivamente, camino de ida y vuelta: de escucha atenta (acogida amorosa del don de Dios) y de respuesta auténtica (compromiso y entrega). Precisamente porque consigue colocar la Palabra bien hondo en el corazón orante, favorece las respuestas más auténticas.

Por la lectura y la meditación la Palabra cala hondo, allí donde más duele. Pero luego, del corazón ardiente, brota un renovado impulso de amor que se abre camino en la oración a Dios y en compromisos concretos con los hermanos, unificándolo todo en la contemplación del gran horizonte sobre el cual el único Dios de la Palabra, unifica todas nuestras jornadas.

En ese horizonte se levanta todos los días, en la eterna juventud del resucitado, el nuevo y siempre mismo, sol de justicia que nos invita a irradiar y suscitar vida junto con él.

¡Buena ruta!

P. Fidel Oñoro, cjm
Director CEBIPAL