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Viernes después de ceniza

 Entrada en la Cuaresma (III):
¡Dejémonos revestir del hombre nuevo!
Mt 9, 14-15

 “Les será arrebatado el novio, entonces ayunarán” 

La Palabra de Dios que la liturgia nos propone cada día sigue iluminando y orientando eficazmente nuestro camino cuaresmal, porque la Palabra es actual, viva y eficaz. En el itinerario cuaresmal, tendremos de aquí en adelanta un énfasis especial los días miércoles y viernes.

 

1. En el ambiente de la misericordia

Podemos comprender mejor el Evangelio de este día mirando el contexto inmediato que lo precede. Mateo el publicano ha sido llamado por Jesús sin ponerle condiciones sino envolviéndolo en la gratuidad de su amor, porque, como él dice: “No he venido a llamar a justos sino a pecadores” (9,13). El pecador comienza a vivir una vida nueva representada en la alegría y el compartir con Jesús en una fiesta.

En la casa de Mateo, donde Jesús come con los pecadores, todos nosotros estamos invitados al banquete de las bodas, allí, sentados en la mesa del Hijo, somos acogidos por la ternura misericordiosa del Padre y revestidos de su amor.

 

2. De la cena al ayuno

Los discípulos no ayunan

Entremos en el pasaje de hoy. En medio de la fiesta, los discípulos de Juan se acercan a Jesús para preguntarle: ¿Porqué tus discípulos no ayunan?” (9,14). Quien ha entrado en el camino de Jesús comienza a marcar la diferencia y esto escandaliza.

Los fariseos y los discípulos de Juan ayunaban con frecuencia, no siempre por obligación sino también por propia iniciativa, dando así muestras de una gran piedad. En principio la razón de ser de su ayuno es apresurar la venida del Mesías. La lógica es esta: si todo el pueblo se arrepiente de sus pecados, Dios se apiadará y enviará al Mesías.

Entonces, ¿Por qué los discípulos de Jesús no ayunan? Porque el Mesías ya está entre ellos. Por eso los discípulos están en fiesta y no hay razones para ayunar. Los fariseos continuarán con la antigua práctica porque no han reconocido en Jesús al Mesías.

La respuesta de Jesús es una revelación: “¿Pueden los amigos del novio ayunar mientras el novio está con ellos?” (9,15). La lógica se impone, pero los fariseos no parecen reconocerla. La cena de Jesús entonces es el comienzo del banquete mesiánico y los discípulos han sido los primeros invitados. En Jesús ha comenzado ya la plenitud de la vida descrita en las antiguas profecías (ver Isaías 25, 6-12; 55,1-2).

Los discípulos ayunarán

Pero llama la atención que Jesús de repente dice una frase desconcertante que parecería contradecir la anterior: “Días vendrán en que les será arrebatado el novio; ya ayunarán entonces” (9,15).

Será arrebatado el novio”. Con esta frase, Jesús hace alusión a su muerte y ascensión gloriosa. Si la presencia de Jesús marca el fin de la antigua institución del ayuno, ahora con su ausencia –por la muerte histórica pero también por el pecado- justifican la vuelta al ayuno.

La pregunta que queda planteada entonces es: ¿Tendrán los discípulos de Jesús que ayunar? Sí, en cuanto reconozcan su necesidad de conversión, de un volver al camino del seguimiento radical cuando se han apartado de él.

Este, entonces, es otro ejercicio fundamental de la Cuaresma. Si valientemente nos atrevemos a mirarnos hacia dentro (evangelio de anteayer), si ponemos la mirada en el Crucificado para resucitar nuestras cruces (evangelio de ayer), lo tendremos que hacer desde el reconocimiento del distanciamiento que tenemos del Evangelio (hoy).

 

3. Del ayuno al banquete pascual

Jesús es el alimento, el esposo, el vestido nuevo, el vino mejor reservado para el final; en él nos ha sido dado todo lo que Dios es y todo lo que nosotros estamos llamados a ser, con él ha terminado el ayuno y ha comenzado el Banquete de la vida, el pueblo de Dios, la nueva humanidad.

Jesús es el hombre nuevo, la vida nueva, que nos ha sido donada gratuitamente por el Padre; también nosotros desde el Bautismo participamos ya de la Fiesta de la Vida.

Y ahora nosotros, que ya lo poseemos porque habita Resucitado en nuestro corazón; vivimos, entre la ausencia y la presencia, urgidos hacia la presencia plena, vivimos todavía en un cierto salón de Viernes Santo, en este tiempo con frecuencia cargado de tribulaciones, y por eso mismo necesitamos del ayuno; pero caminando seguros hacia la Pascua eterna.  

Jesús permanece vivo entre nosotros, pero bajo el signo de la cruz. Está escondido en nuestros corazones esperando que le permitamos revestirnos de sus sentimientos y mostrarse vivo en nuestros gestos concretos de perdón, de misericordia y compasión: depende de nuestra docilidad a Él.

Su presencia es particularmente visible en los pobres, en los que sufren, en los desheredados, desplazados y necesitados; en todos los crucificados que vamos encontrando cada día. Allí podemos descubrir y encontrar al “esposo que nos invita a las bodas”, cuando acogemos su presencia crucificada y le expresamos nuestro amor compartiendo con el nuestro alimento, nuestro tiempo, nuestras posibilidades, nuestra alegría.

Este es el ayuno que Dios quiere, nos recuerda Isaías en la primera lectura de hoy Romper las cadenas injustas, quitar el yugo a los oprimidos, repartir el pan con el hambriento y ofrecer techo a los desamparado... si no te desentiendes de tus semejantes brillará tu luz como el amanecer y sanarán muy pronto tus heridas” (Is 52,1-9).

La vida nueva que Jesús nos ha traído no es un simple remiendo para nuestro hombre viejo, es un modo de vivir y de relacionarnos; es la actitud filial para con Dios y la fraternidad con los hermanos; es el vino nuevo, el Espíritu nuevo prometido en los profetas (Ezequiel 36, 26) e infundido en nuestros corazones (Romanos 5, 3); nos ha sido dado un corazón nuevo que nos urge a vivir en el sentido de Jesús. En el Bautismo hemos sido revestidos de Cristo y somos  urgidos por el Espíritu a que hagamos visible ante los otros su gloria escondida en nuestro corazón.

Que en esta cuaresma  podamos revitalizar en nosotros la vida nueva del resucitado que necesitamos en nuestro Bautismo, acogiendo la gracia de los sacramentos dejándonos revestir de sus sentimientos y actitudes, para que en nuestra vida de discípulos se haga visible su presencia.

 

Cultivemos la semilla de la Palabra en el corazón


1. ¿Cuál es aquella actitud personal que me identifica más con Jesús?

2. ‘Si no te desentiendes de tus semejantes, brillará tu luz como el amanecer y sanarán muy pronto tus heridas’ ¿En qué forma estoy viviendo o estamos viviendo en la familia o comunidad la actitud del “preocuparnos” positivamente por quien sufre?

3. El Señor nos hace una invitación en este tiempo de cuaresma a acercarnos con fe y humildad al sacramento de la reconciliación. ¿Cómo, cuando y en dónde lo haré?

“El ayuno de los cristianos no consiste principalmente en abstenerse de ciertos alimentos; en vano se privaría al cuerpo de una parte de su alimentación si el espíritu no renuncia a toda iniquidad y si no sabemos poner freno a nuestra lengua para impedir que se hiera a la caridad” (San León Magno, “Sobre la Cuaresma”)