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Jueves después de Ceniza

 Entrada en la Cuaresma (II):
¡Asimilemos la nueva lógica del reino!
Lc 9, 22-25

 “Quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí la salvará”

Una nueva clave para el ejercicio cuaresmal

Al iniciar la cuaresma Jesús nos invitó a entrar en nuestro corazón para rectificar las motivaciones e intenciones de nuestras buenas obras y orientarnos decididamente al Padre que está en lo secreto. Pero, ¿cuál es el camino que hay que recorrer? 

Una ruta cuaresmal se traza hoy: Misterio y el camino de la cruz, en el cual Jesús nos ofrece la más plena revelación de sí mismo y también de nosotros. Sin seguimiento del Crucificado no hay discipulado: la Cruz del Maestro es la gloria del discípulo.

 

1. Caminar al ritmo de la Cruz Pascual

El camino del discípulo en el Evangelio se desarrolla al ritmo de la Cruz. Por eso el evangelio, nos presenta tres anuncios de la Pasión:

·      El primer anuncio aparece inmediatamente después de la profesión de fe de Pedro (Lucas 9, 22)

·      El Segundo anuncio, después de la transfiguración, cuando crecía la maravilla y el entusiasmo de los discípulos por las obras que Jesús realizaba, pero quizás también sus falsas expectativas sobre él (9, 44-45).

·      El Tercer anuncio, después que Jesús promete a sus discípulos la recompensa por el desprendimiento que les exigió el seguimiento (18, 31-34). En este anuncio Jesús explicita mayormente los detalles de su pasión.

Jesús, quien forma a los discípulos en su seguimiento, los introduce primer en el Misterio de su muerte y revelar su verdadera identidad. Esta es la clave del camino.

Nos detenemos en el Evangelio de hoy en el primer anuncio de la Pasión (Lc 9, 22-23).

 

2. Poner la mirada en el Crucificado

El Hijo del hombre debe sufrir mucho y ser reprobado y condenado a muerte y resucitar al tercer día” (9,22).

Jesús se reconoce como el “Hijo del hombre” que ha de recorrer el camino del Siervo de Yahvé; su mesianismo pasa por el camino de la cruz. Esto quiere decir que su divinidad se afirma no salvándose a sí mismo, sino entregando su vida hasta la muerte. Este es el núcleo de nuestra fe, que los discípulos lograrán entender y aceptar solamente después de la Resurrección.

Este Hijo del hombre “debe sufrir mucho”. Notemos que dice “debe”, es decir, que es necesario que sufra, que sea reprobado y condenado a muerte para resucitar. Este “debe”  no significa imposición cruel sino “lógica salvífica divina”. Con esto se nos dice que para Jesús su sufrimiento y su muerte eran cumplimiento de la voluntad del Padre. Jesús muere en la cruz por nosotros porque nos ama y ama al Padre que nos quiere salvar. Jesús por amor se pierde a sí mismo para salvarnos.

El camino de discipulado exige, desde el contacto con las propias cruces, comprender el misterio de la cruz. Muchas veces frente a la Cruz se siente resistencia, repugnancia. Pero este el camino de la Gloria. Recordemos el reclamo de Jesús a los discípulos de Emaús: Qué lentos y tardos de corazón para entender... que era necesario que el Cristo padeciera para entrar en la gloria” (24,26).

Pero este camino es pascual, esto es, de muerte para vida, de sufrimiento para gloria.

 

3. Un camino para resucitar nuestras cruces

En la cuaresma aprendemos una nueva visión de la vida

Decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame (9,23). Jesús se dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos, hasta los últimos confines de la tierra, a nosotros, hoy.

Después de habernos revelado su identidad de Mesías crucificado, nos revela ahora nuestra identidad de discípulos. Es desde la identidad de discípulos (cuando es bien asumida) que aprendemos a hacer pascual la cruz cotidiana. Veamos:

(1) Niéguese a sí mismo (9,23)

Negarse a sí mismo no es mortificar nuestras energías vitales o negar los dones que hemos recibido, sino dejar de considerarnos a nosotros mismos como el centro y el valor supremo.

Negarse a sí mismo es dejar todo aquello que hacemos y buscamos para afirmarnos a nosotros mismos. Por lo tanto, es dejar de pensar en sí mismo y morir a todo lo que no deja crecer la verdadera vida en mí y entorno a nosotros.

Negarse a sí mismo es salir continuamente de sí para donar la vida y vivir en función de los demás. En la lógica de Jesús lo único que salva es salir de sí  para amar y servir a los demás. Realizamos nuestra vida donándola, gastándonos y desgastándonos por los otros.

Es en este continuo descentrarnos que Jesús actualiza en nosotros su victoria sobre el mal y nosotros vamos siendo configurados progresivamente a él; nuestro Bautismo entonces, recobra todo su vigor.

(2) Tome su cruz y sígame (9,23)

Para el discípulo “tomar la cruz” es una necesidad vital porque para entrar en el Reino hay que pasar por muchas tribulaciones” (Hechos 14, 22).

Cargar la cruz, es aceptar los propios males; porque Jesús los asumió primero y les dio un sentido nuevo, un valor redentor; para llegar a la plenitud de la resurrección que también a nosotros nos espera, es necesario que carguemos la cruz de cada día con Él; de esta manera podemos en sus sufrimientos dar vida al mundo.

(1)   Y síganme (9,23)

Jesús nos invita a seguirlo cargados con la cruz, no como quien va detrás de él, sino sintiendo su presencia, por que el se ha quedado, está en nosotros para continuar en nuestra vida su entrega de amor; nuestro seguimiento se torna configuración de Él.

(4) Porque el que quiera salvar su vida la perderá y el que pierda su vida por mí la salvará (9,24)

Perder” para Jesús es donarse, o sea, no reservarse nada para sí. Si como Él  y por Él exponemos nuestra vida por los otros, la salvamos. Este es el norte de nuestro proyecto de vida cristiano: nos realizamos dándonos, la plenitud y la felicidad están ahí.

Que en esta cuaresma, aprendamos a cargar en la paz y en la esperanza nuestras cruces cotidianas, sin perderlo de vista a Él, nuestro Señor y Maestro, dándole sentido a nuestros sufrimientos desde la comunión con su Cruz. No caminamos en un desierto árido, donde el peso es absurdo, sino un en una ruta pascual en la que, dándole la cara al dolor, nos hacemos capaces de resucitarlo generando vida.

 

Cultivemos la semilla de la Palabra en el corazón


1. ¿Qué quiere decir: “tomar la cruz y seguir a Jesús? ¿Cuándo sé que he tomado la cruz pero no he seguido a Jesús?

2. Recuerdo algún momento en el cual la cruz me ha pesado mucho. Me pregunto: ¿No será que era una cruz sin Jesús?

3. En mi familia, comunidad o grupo al cual pertenezco, ¿en qué forma ayudo a que los demás sean personas capaces de dar la vida por otros sin ahorrarse?

 

“Ahora que vosotros estáis instruidos, entrad pues con fervor en la carrera del ayuno de 40 días que vamos a emprender y, por las obras de misericordia, atraed sobre vosotros la misericordia del Señor…

Así podremos transformarnos en morada del Espíritu Santo. Él habitará en nosotros, Él tomará posesión de nuestras almas y nos conducirá en todos los caminos si Él nos encuentra puros y exentos de todo pecado” (San León Magno, “Sobre la Cuaresma”)