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ORACIÓN POR CHILE Y SU NUEVO GOBIERNO EN LA CATEDRAL METROPOLITANA


Homilía de Mons. Francisco Javier Errázuriz Ossa, Arzobispo de Santiago


Con profundo respeto por la cultura religiosa de nuestro pueblo, y siguiendo una tradición de nuestra Patria, el señor Presidente de la República deseaba este momento ecuménico de oración.


Así nos encontramos en este templo, que ha sido testigo privilegiado de la historia de Chile, reunidos ante el Señor, nuestro Dios, junto a la primera Autoridad de la Nación, tanto los miembros de su gobierno, sus familiares, las delegaciones de naciones amigas, encabezadas algunas de ellas por sus Jefes de Estado, y muchas otras autoridades civiles, militares y religiosas, como también, unidos en espíritu con nosotros, innumerables chilenos que nos acompañan desde sus hogares.


Con mis palabras, que se inspiran en las Sagradas Escrituras, deseo introducir la oración, invitándoles a meditar en el Señor y en sus proyectos, como también a avivar nuestra confianza en Él, que acoge con agrado nuestra plegaria.


1. Es el Señor, nuestro Dios y Creador, quien nos acoge en su Casa. Es la casa de Aquel que San Pablo anunció a los atenienses en el Areópago como el Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, que a todos da la vida y el aliento. Es la casa de quien creó el linaje humano para que habitase sobre la faz de la tierra, con el fin de que le buscase a tientas y le hallase, a Él que no se encuentra lejos de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos (cfr. Hechos 17, 22ss). Es la casa de Aquel que nos ha dado este hermoso territorio y la idiosincrasia del pueblo que lo habita, y que ha vuelto su rostro sobre nuestro país y su historia, y siempre nos protege, guía y acompaña.

¡Cuánta vigilancia y cuánta responsabilidad nos exige el cuidado de la tierra, del agua y del aire; de la vida — sobre todo de la vida de los niños y de sus familias — como también de los valores de nuestra cultura, que hemos recibido de su mano bondadosa!

* Estamos en la Casa de ese Dios, que como Señor de la Historia no permanece indiferente ante los proyectos y las zozobras de sus hijos; que no pudo soportar la aflicción de su Pueblo en la tierra del Faraón, e intervino a favor de Israel, por el clamor que brotaba de los sufrimientos de su esclavitud. Intervino para liberarlo y renovar su alianza con él (cfr. Ex 3, 7ss; 19, 3ss). Es la Casa de quien legisló en el monte Sinaí como Legislador Supremo, entregando por Moisés los diez mandamientos (cfr. Ex 20, 1-21). Los entregó como ley moral y religiosa, para su pueblo y para todos los pueblos de la tierra: para sus habitantes y sus educadores, sus legisladores y sus jefes. A todos los que la pusieran en práctica Él les prometió que vivirían y gozarían de felicidad, y profetizó a los que optaran contra ella, caminos de destrucción y de muerte. Así, en la revelación, nos comunicó con suma claridad cuales son los caminos que conducen a la paz (cfr. Deut 6, 1,3,24; 30, 15-20). Esta es una verdad suya y nuestra, personal y social, que reencontramos en la intimidad de la conciencia y en lo hondo de la cultura.

Nuestra oración por el nuevo Gobierno y por todos nosotros, pide a Quien liberó a los hijos de Israel y legisló en su beneficio, que bendiga a nuestras autoridades con la capacidad de escuchar el dolor de su pueblo, trabajar por liberarlo de cuanto lo oprime, y fortalecer las motivaciones espirituales y los valores éticos que acrecientan la paz y la seguridad social.

* Más aún, después de haberlos arrancado de la servidumbre, Yahvéh les dio una legislación social colmada de sabiduría, para evitar todo aquello que pudiera conducirlos a la miseria y, por ende, a padecer opresión. Entre los miembros de su Pueblo, nadie podría adquirir derechos sobre un hermano, sobre su honra o su patrimonio que pudieran condenarlo a una nueva forma de esclavitud (cfr. Lev 25). Así defendía y defiende a las viudas, los huérfanos, los pobres, los deudores, los extranjeros y los esclavos (cfr. Jer 7, 5-7). Y cuando las autoridades se endurecían lejos de su camino, Él se alzaba vigorosamente en la voz de los profetas, rechazando su proceder. Es el Señor cuya intervención histórica inspiraba la alabanza de la Virgen María, porque Él había desplegado la fuerza de su brazo, derribado a los poderosos de sus tronos y exaltado a los humildes (cfr. Lc. 1, 46-55).
Queridos hermanos, son muchas las tentaciones del poder, de todo tipo de poder; también del poder espiritual. En Dios, el sumo poder siempre es inseparable de la sabiduría y la misericordia. De ellas brota la intervención de su autoridad en beneficio de los afligidos, los minusválidos y los marginados. También estos propósitos nobles del gobierno, en vista del bien de las personas y los grupos postergados, deben ser objeto de nuestra oración.


4.?Esta es también la Casa de Jesús, el Buen Pastor. En la parábola que escuchamos, Él nos presenta magistralmente una dimensión personal de la autoridad, que lo induce a preocuparse de cada individuo; aún de los que pertenecen a otros rediles. Sus palabras se alejan de los sentimientos de quienes no buscan el bien del rebaño. Por el contrario, su discurso revela la bondad de su corazón; la generosidad de su servicio; la decisión de preceder por caminos fecundos; como también el desinterés y la entrega de quien está dispuesto a darlo todo por los suyos, aun su propia vida, puesto que la voluntad del Padre y la suya es que todos tengan vida, y que la tengan en abundancia (cfr. Jn 10, 1-18).


A sus discípulos les pidió que no exigieran ser servidos, sino que se desvivieran en servir (cfr. Mc 10, 41-45; Lc 22, 24-27). Quienes consideran el servicio público como una vocación, anhelan esta espiritualidad: la del servicio transparente y desinteresado, cordial a la vez que eficiente, a las personas y las comunidades. Queremos pedirla para todos ellos.


5. ?La voluntad de Dios de aplicar toda su sabiduría, su poder y su bondad en nuestro bien, nos permite intuir con profunda gratitud que todo orden social en este mundo debe tener a la persona humana como su sujeto, su norma y su finalidad, y basarse en sus derechos y deberes universales e inalienables (cfr. Gaudium et Spes 24ss). En efecto, el Señor ha conferido a cada una de sus criaturas humanas una dignidad sorprendente: la de haber sido y seguir siendo como greda en sus manos de alfarero (cfr. Jer 18, 6), criaturas suyas hechas a su imagen y semejanza (n 1, 26), capaces de pensar, de amar y de conversar con Él. Es más, tanto valemos a los ojos de Dios, que quiso salir a nuestro encuentro en Jesucristo para liberarnos del mal que hay en nosotros, y de las consecuencias personales y sociales que acarrea; para declararnos "hijos" y "familiares suyos" (Ef 19, 19): hermanos y amigos de Jesús (Jn 15, 14) y entre nosotros; hombres y mujeres, llamados a ser en este mundo colaboradores suyos en la construcción de su reino de la verdad y la vida, la santidad y la justicia, el amor y la paz; y a gozar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios (Rom 8, 4) y de su propia felicidad.


En verdad, estamos en la Casa del Padre de los cielos, que ha sido pródigo en enriquecernos con innumerables dones y talentos —cualidades artesanales, técnicas, artísticas, pedagógicas, científicas, empresariales, comunicacionales, y tantas otras - para que las utilicemos con sabiduría en la búsqueda de la verdad, y con esfuerzo, generosamente, en bien de los ciudadanos y del país.


?Por eso Él escucha con benevolencia nuestra oración que comprende no sólo a las autoridades del país, sino a todos los chilenos, de cuya laboriosidad, creatividad y solidaridad depende la construcción del Chile que queremos. Por eso elevemos una oración por todos los que están dispuestos a poner con honradez todo su tiempo y su corazón, sus cualidades, experiencias y carismas al servicio de Chile.


6.?No quisiera concluir esta introducción a la "Oración por Chile y por su nuevo Gobierno", sin invitarles a abrir el espíritu en vista del sorprendente horizonte de la enseñanza de Jesús acerca de la calidad de las relaciones humanas. Estamos celebrando los 2000 años de su nacimiento. Este es un año del perdón, de la conversión y de la gracia, un año propicio para deponer actitudes, para desplegar la esperanza y abrigar el propósito sincero de hacer nuestros, con la ayuda de Dios, los sentimientos de Jesús. Porque la búsqueda del bien de los demás asumió en su ejemplo y en su doctrina niveles insospechados en ese entonces y también ahora.


San Pablo la propuso en su himno a la caridad (cfr. 1 Cor 13, 1-13). Proclamó que la caridad es paciente, no es envidiosa, no se engríe, no busca su interés ni se irrita, no toma en cuenta el mal ni se alegra de la injusticia, pero se alegra de la verdad. En otra de sus cartas escribe que hemos de vencer el mal por el bien (cfr. Rm 12, 21). Así se hacía eco de la enseñanza de Jesús sobre la misericordia del Padre, que


hace salir el sol y envía la lluvia a justos e injustos (cfr. Mt 5, 44-45). Manifestando el amor del Padre, Jesucristo pasó por este mundo haciendo el bien (cfr. Hechos 10, 38), y se convirtió en bendición para los que sufrían dolencias del cuerpo y del alma. Fue aún más lejos: dio su vida por nosotros. No sólo por los justos. Su perdón se extendió aún a los que, sin arrepentirse, lo atormentaban y mataban en la cruz. Llegó al extremo de disculpar su proceder. En ese tormento le pidió al Padre que los perdonara, "porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34; y Hechos 7,60).

Queridos hermanos, nuestra convivencia necesita el bálsamo del Evangelio. No para dificultar el trabajo de la Justicia, sino para respetarlo, confiar en él, y acompañarlo con espíritu sereno, con amor a la verdad, y buscando el bien verdadero de las personas, las instituciones y el país. Pidamos, por eso, por el éxito del diálogo que conduce a la unidad y a la reconciliación, como también a dar una solución justa y sabia a los grandes temas del país. Pidamos por todas las mesas de diálogo, entendimiento y colaboración que han surgido entre nosotros. Que ellas nos ayuden a mirar el pasado con sinceridad, a renovar los esfuerzos por curar sus males y a vivir el presente con benevolencia y esperanza, "porque el amor es más fuerte" (Juan Pablo II, 12 de abril de 1987).

Conscientes de estar en la presencia del Señor, que hace redundar todas las cosas en el bien de quienes lo aman (cfr. Rom 8,28), pidámosle que nos envíe su Espíritu, de manera que nuestra oración sea unánime, nazca desde lo más hondo de nuestro ser, y se eleve como expresión de nuestra solidaridad con Chile y con su nuevo gobierno. Que reciba del Señor su aliento y su fuerza, de manera que pueda erradicar los condicionamientos sociales y económicos que conducen a la aflicción, mantienen en la ignorancia, engendran opresión, y destruyen los valores y las costumbres que hacen sana, hermosa y fecunda la convivencia. Y pidamos que sean muchos en nuestra patria los que le abran camino al respeto y a la justicia, a la verdad y a la creatividad, a la confianza y la misericordia, al servicio y a la generosidad, a la fe en Dios, la reconciliación y la paz.

 

Santiago, 12 de marzo del año 2000



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