Homilía Te Deum
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Homilía Te Deum

18 de septiembre 2021, templo Catedral de Talca

Fecha: Sábado 18 de Septiembre de 2021
Pais: Chile
Ciudad: Talca
Autor: Mons. Galo Fernández Villaseca

Canto de alabanza
Nos reunimos con alegría en este Tedeum que es canto de alabanza a Dios por los dones con que Él nos ha acompañado a lo largo de nuestra historia en un nuevo aniversario de la Patria. Lo hacemos sostenidos por la Esperanza que es propia de la fe y que nos permite enfrentar hasta los más complejos desafíos con confianza y con convicción de que unidos podremos salir adelante.

Elevamos este canto de alabanza todavía marcados por esta larga Pandemia que ha traído tanto sufrimiento, gravísimas dificultades de todo orden y, por cierto, lo más grave y doloroso la pérdida de innumerables vidas humanas. Por ello, comenzamos expresando una palabra de cercanía y consuelo a sus familias, que junto al dolor de la pérdida no pudieron despedirlos en la forma que corresponde. En este día solemne de la Patria hacemos nuestro su dolor y oramos al Padre del Cielo para que los acoja en su Reino y les conceda a sus familiares y amigos el consuelo y la paz que solo Él puede ofrecer.

Con todo, que nos podamos reunir es signo elocuente del avance en el proceso, estamos en una fase más promisoria, que esperamos continúe confirmándose hasta llegar a su plena superación. La pandemia no ha terminado, y todavía exige de todos mucha responsabilidad, pero ya podemos avizorar la aurora de un nuevo renacer. Es por ello, un precioso momento para reconocer a tantos y tantas que en medio de las más graves dificultades se entregaron por completo, muchas veces arriesgando su propia seguridad. Como en otras catástrofes de nuestra historia ha brillado lo mejor del Alma de Chile; hemos reconocido que ella se sostiene en multitud de héroes anónimos. Queremos expresar un sentido homenaje a quienes supieron asumir con esmero y generosidad tantas funciones imprescindibles y fundamentales.

Ante todo, a los trabajadores de la salud: a quienes han sido la primera línea ofreciendo asistencia a los enfermos críticos, a todas las instancias que han desplegado un operativo tan complejo y diverso, para detectar los brotes, hacer seguimiento, ofrecer asistencia y aislamiento de casos activos; a quienes han hecho posible el proceso de vacunación. Tanto al mundo de la ciencia, de las autoridades y ese enorme número de funcionarios sanitarios que con tanta amabilidad y profesionalismo han cumplido con este delicado desafío y alcanzaron las metas propuestas.

La lista de reconocimientos no se limita al ámbito de la salud ya que ha sido toda nuestra convivencia la que ha sido trastocada por la presencia de este diminuto virus.

A quienes cuidaron de que no falte el pan en las mesas pese a las restricciones que afectaban las fuentes laborales. Tanto desde instancias de gubernamentales como de esa asombrosa multitud de organizaciones de barrio, entre las que se cuentan tantas comunidades cristianas, católicas y evangélicas, que organizaron comedores solidarios o llevaron alimentos a los hogares más necesitados.

A los profesores que pese a las limitaciones y al estrés de estos procesos on-line, con notable creatividad y generosidad no dejaron de buscar los medios para cumplir con su delicada misión.

A las familias que por tanto tiempo debieron permanecer en sus hogares, tantas veces estrechos, para trabajar, estudiar, acompañarse.

A las fuerzas de orden y seguridad, a los funcionarios públicos y privados de tantas instituciones que cumplen roles imprescindibles para la población.

En fin, a todos y todas quienes desde el espacio que les correspondía supieron asumir con responsabilidad su propio servicio al bien común, pese a las dificultades y las graves limitaciones en que hemos debido vivir. A todos, gratitud, reconocimiento, e imploramos de Dios el regalo de su bendición.

Las luces de este tiempo
No hay duda de que la Pandemia nos ha herido duramente y que sus consecuencias tardarán mucho en superarse plenamente. Con todo, también es cierto que ella no ha pasado en vano entre nosotros: nos ha purificado de falsas seguridades, nos ha ayudado a reconocer lo verdaderamente importante en nuestra vida, nos ha hecho crecer en responsabilidad de unos con otros, nos ha recordado lo importante y necesario que es un llamado, un saludo, un abrazo. Ella ha dejado al descubierto lo vulnerables que somos, pero también lo mucho que dependemos unos de otros. En ella se ha manifestado cuan necesario y valioso es el aporte de cada uno y de cada una para el bien común. En ella hemos aprendido que todos y todas son importantes, tanto por lo que dan por lo que requieren. Y por ello, en este aniversario afirmamos con convicción que Chile somos todos quienes habitamos en esta tierra, que para construir la patria nadie debe omitir su contribución y nadie debe ser olvidado en sus necesidades fundamentales.

El resplandor de esta certeza nos debe ayudar en los desafíos que tenemos por delante.

1. La crisis política y social que ha encontrado en el proceso constituyente un camino democrático para resolver pacíficamente las diferencias. Sabemos que las causas de la crisis social son variadas y complejas; que nuestra convivencia está atravesada por heridas profundas, violencias e injusticias que han permanecido por años y en muchos ámbitos. También sabemos que se entrecruzan visiones muy distintas sobre cómo comprender esta realidad y, sobre todo respecto de cuáles son los caminos para superar nuestros problemas.

El proceso constituyente tiene el desafío de resolver creativamente las tensiones incorporando lo valioso de las distintas visiones. El diálogo constructivo es un camino fundamental. Como lo ha señalado el Papa Francisco en la Encíclica Fratelli Tutti es un pilar de la amistad social: “Un país crece cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva” (FT 198). Para ello es preciso superar la tendencia a estar más preocupados de descalificar y destruir al adversario que de comprender el espacio de verdad y el modo de integrarlo con la propia visión. La ausencia de diálogo honesto conlleva el olvido del bien común. Cuando lo reemplazamos por la mera negociación solo importa la cuota de poder que podamos alcanzar.

Este tiempo será precioso y fecundo si cultivamos la capacidad de escucharnos unos a otros respetando nuestras diferencias e incluso reconociendo el valor que ellas implican. Y en el arte de la escucha el oído debe estar atento a los pequeños, a quienes no tienen fuerza y poder para imponer sus puntos de vista y sus necesidades. Sólo en este clima de diálogo sincero podremos alcanzar el sueño de una patria justa y digna para todos sus habitantes.

2. Todos y todas importan. Todos están revestidos de la dignidad de los hijos de Dios. Los pueblos originarios con su sabiduría ancestral y también con esos padecimientos que reclaman justicia y reconocimiento. Los chilenos y chilenas que por generaciones han labrado la tierra, construido ciudades, escuelas y hospitales, que han tejido ese entramado de instituciones que están destinadas a resguardar el bien común.

También los migrantes. Los que hoy han llegado y siguen llegando a esta tierra con un mismo sueño, encontrar un lugar donde vivir en paz. El anhelo de una patria justa no los puede excluir. Ella no se construye protegiéndose de los extraños sino en la sabiduría del que sabe integrar su aporte y su riqueza. Quienes han asumido el camino de la migración no lo hacen por una curiosidad superflua sino impulsados por circunstancias dramáticas que no podemos desoír. Se equivocan gravemente quienes pretenden controlar este fenómeno militarizando las fronteras y dejando en el desamparo de la irregularidad y con la amenaza de expulsión a quienes pese a todas las negativas han insistido en su determinación de vivir entre nosotros.

Como muchos, en la Iglesia hemos procurado acogerlos, integrarlos en nuestras comunidades, reconocer su aporte y queremos defender sus derechos y su dignidad. Sus historias nos conmueven. Son familias que han recorrido un largo camino guiados por el sueño de desplegar sus vidas y la de sus hijos.

La dignidad y los derechos de una persona no pueden quedar sujetos al lugar de su nacimiento.

3. Hablar de Patria también es hablar del cuidado de la casa común. Esta tierra hermosa y fecunda que nos acoge y nos ofrece sus frutos. Esta naturaleza que es obra del creador encomendada a nuestro cuidado. Cada día se nos hacen más evidentes las consecuencias del uso abusivo de sus recursos. En particular el cambio climático, que se expresa en la sequía que enfrentamos y que afecta especialmente a los más vulnerables. Cambio climático que en rigor debemos reconocer como una crisis climática de la mayor envergadura exige de todos una conversión ecológica, el cultivo de una cultura más respetuosa del medio ambiente, que aprende los caminos de una economía circular que procura salvaguardar los equilibrios de los ecosistemas procurando que ellos continúen ofreciendo su belleza y sus recursos a las generaciones futuras.

La Parábola del Buen Samaritano
Hemos leído la Parábola del Buen Samaritano. Un relato que nos lleva a fijar la mirada en los heridos del camino, en los que quedan abandonados a su suerte, excluidos de todo. En el centro del relato se nos presenta un hombre que fue asaltado por bandidos y que ha quedado herido, medio muerto, abandonado a la orilla del camino. No entrega el relato antecedentes sobre quienes perpetraron este miserable acto, solo señala que fueron unos bandidos. La atención de la parábola se desplaza a lo que acontece después. Más precisamente, a las actitudes de quienes pasan por el camino y se encuentran con el herido. Podemos decir que no se interesa en la antípoda “asaltante – asaltado” o “víctima – victimario”, sino que se traslada a una nueva antípoda conformada por quienes no tuvieron parte en la comisión del delito pero que asumen opciones contrapuestas. Por una parte los que se desentienden y evaden, los que consideran que “no es su problema”. Y por otra, un samaritano, que lo hace suyo, que se conmueve, que busca ayudar con lo que tiene y puede, aquel que se involucra. Los indiferentes y los que se conmueven.

De la violencia abusiva y la desolación del abandono la narración nos traslada a una fuerza vital: la compasión. Es lo que distingue al samaritano de aquellos peregrinos que no se detuvieron a socorrer al herido. El samaritano se conmovió interiormente y por ello se comprometió de modo efectivo. No se quedó en disquisiciones sobre las causas y las responsabilidades de la situación, y mucho menos sobre los riesgos que implicaba acudir en su ayuda. Tampoco le preocupó más perseguir a los culpables que asumir de inmediato el cuidado del herido. Con lo que tenía se puso a curar las heridas, lo cargó sobre su cabalgadura y lo llevó a un lugar para que lo cuidaran.

Por otra parte es la condición del buen peregrino es un elemento esencial de la parábola: Se trata de un samaritano, en rigor para los judíos que interrogaban a Jesús, un extranjero. Jesús está respondiendo a la pregunta sobre quién debe ser considerado como prójimo. ¿Hasta dónde llega el deber y la responsabilidad de cuidar unos de otros? ¿Quiénes son los nuestros? En el fondo le han preguntado sobre los límites de la fraternidad. Muy probablemente estaban considerando que no era posible comprometerse con todos, mucho menos con uno que no pertenece a nuestro pueblo, o a nuestra familia. Y Jesús responde invirtiendo las circunstancias. Ubica a quienes le consultan en el lugar del hombre abandonado. Desde los ojos del herido todo se ve distinto. ¿Si estuvieras en el pellejo del abandonado le pondrías límites a la fraternidad? Nos interroga.

A la luz de esta conmovedora parábola descubro dos provocaciones para construir la patria que soñamos. Dos, que en realidad van juntas porque son una misma. La importancia de ubicarse en el lugar de los últimos y la fuerza de la compasión. Esta última que brota de la cercanía con el que sufre y se vuelve una fuerza todavía más efectiva que la sola indignación ante la injusticia porque no está centrada en condenar al culpable sino en restablecer la justicia y la dignidad para el hombre herido y humillado.

La Madre de Jesús, Madre de Chile, conoció de compasión y sabe bien de estar del lado de los últimos. A ella la invocamos para que nos acompañe con la fuerza de su ternura y sabiduría en esta hora que soñamos una patria más justa, fraterna y solidaria.

Dios bendiga a Chile.

+ Galo Fernández Villaseca
Obispo de Talca
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