“Ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas”
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“Ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas”

Homilía Te Deum de Fiestas Patrias

Fecha: Miércoles 18 de Septiembre de 2019
Autor: Pbro. Jaime Pizarro

Quiero saludar, en primer lugar, al señor Intendente Regional, y todas las autoridades de Gobierno;
a los parlamentarios aquí presentes;
a los representantes del Poder Judicial;
a las autoridades de las demás instituciones del Estado,
a los dirigentes sociales, voluntariados, y
a los hermanos de las comunidades cristianas e instituciones eclesiales.

A todos ustedes, que la Paz del Señor Jesús resucitado esté siempre con ustedes y sus familias.

Amigos y hermanos, la Palabra de Dios siempre nos sorprende y, como Palabra viva y eterna, siempre sabe iluminar las distintas situaciones de la vida.

Hoy, la parábola de Jesús, llamada del Hijo pródigo, o mejor, del Padre Bueno y Misericordioso; nos permite entender que la Patria, a la que hoy festejamos, no es solo el suelo, ni sus fronteras, la Patria es más que su tierra, sus cordilleras, sus mares, más que su lengua o sus tradiciones” (Padre Hurtado), la Patria es una familia. La familia de todos los hijos e hijas de Dios.

Lo primero que resalta en la parábola es la actitud del hermano menor que elige hacer su propia vida, lejos de la casa y de la autoridad de su padre. Se siente ya adulto, no necesita de su padre, quiere probar la libertad. El padre accede a su deseo sin decir palabra: el hijo ha de elegir libremente su camino.

¿No es esta la situación actual? Muchos quieren hoy verse libres de Dios, ser felices sin la presencia de un Padre eterno en su horizonte. Dios ha de desaparecer de la sociedad y de las conciencias. Y, lo mismo que en la parábola, el Padre guarda silencio. Dios no coacciona a nadie. La sociedad moderna se aleja más y más de Dios, de su autoridad, de su recuerdo... ¿No está Dios acompañándonos mientras lo vamos perdiendo de vista?

Pronto se instala el hijo en una «vida desordenada». Al poco tiempo, su aventura empieza a convertirse en drama. Sobreviene un «hambre terrible» y solo sobrevive cuidando cerdos como esclavo de un extraño. Sus palabras revelan su tragedia: «Yo aquí me muero de hambre».

El vacío interior y el hambre de amor pueden ser los primeros signos de nuestra lejanía de Dios. No es fácil el camino de la libertad. ¿Qué nos falta? ¿Qué podría llenar nuestro corazón? Lo tenemos casi todo, ¿por qué sentimos tanta hambre?

El joven «entró dentro de sí mismo» y, ahondando en su propio vacío, recordó el rostro de su padre asociado a la abundancia de pan: en la casa de mi padre «tienen pan» y aquí «yo me muero de hambre». En su interior se despierta el deseo de una libertad nueva junto a su padre. Reconoce su error y toma una decisión: «Me pondré en camino y volveré a mi padre».

Y el padre que respetó la libertad del hijo cuando quiso irse de la casa, ahora lo recibe con los brazos abiertos. Podemos decir que se olvida de su dignidad ofendida, de su deshonra, y sale al encuentro de su hijo, que tímidamente se acercaba a él. Nuevamente devuelve la dignidad a su hijo: “Rápido, traigan el mejor vestido, pónganle un anillo y zapatos”. ¡Es mi hijo!.

Y, por otro lado, aparece el hermano mayor. Que era un hombre justo, responsable, trabajador, en apariencia,“un buen hombre”. Un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar» en la fiesta.

El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora solo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.

Esta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano.

Hoy día también, nos cuesta mucho reconocernos “hermanos” con aquellos que viven otras situaciones distintas.

Un ejemplo son los inmigrantes que llegan a nuestra patria, con frecuencia son objeto de juicios negativos, al considerarlos causantes de males sociales. Injustamente se les responsabiliza de quitar trabajo, traer enfermedades y delincuencia, copar los beneficios sociales y atenciones de los servicios públicos.

También sufren esta mirada llena de desconfianza y resentimientos, los pueblos originarios, frecuentemente olvidados, y a los que fácilmente tachamos de “violentistas”. Nuestros pueblos ancestrales necesitan ser atendidos en sus derechos, y en su preciosa cultura, para que no se pierda parte de la identidad y riqueza de nuestra nación. También todo el mundo de la diversidad sexual, exige nuestra acogida amorosa, nuestro respeto y una efectiva protección a sus derechos. Lo mismo está pasando, cada vez más, con nuestros ancianos.

El problema surge cuando estas dudas y temores condicionan nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de convertirnos en seres intolerantes y cerrados. La actitud hacia ellos constituye una señal de alarma. Si seguimos por este camino, muy pronto cada sujeto que no responda a nuestros cánones, corre el riesgo de ser marginado.

La interculturalidad es posible cuando todos nos reconocemos como hijos de un Padre común, y, por ende, hermanos, donde todos compartimos la misma e idéntica naturaleza y dignidad humana: todos somos personas y, por tanto, tenemos derechos y deberes que brotan de nuestra propia naturaleza.

La urgencia de una ecología integral
Nuestro país, y particularmente nuestra región, ha debido enfrentar recientemente graves desastres naturales, que se suceden, cada vez más frecuentemente en el país y en tantos otros lugares del mundo. Esto nos debe llevar a «escuchar con el corazón» los gritos cada vez más angustiosos de la tierra y de sus pobres en busca de ayuda y responsabilidad, para atestiguar la gran urgencia de un cambio, de una conversión ecológica. Nos llama a dar testimonio del compromiso inaplazable de actuar concretamente, para salvar la Tierra y la vida en ella, en la base de la ecología integral.

La comunidad científica afirma que el ritmo de consumo, desperdicio y alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, terminará en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones y también en Chile. Hay un peligro real de dejar a las generaciones futuras escombros, eriales y basura.

Lo anterior debería cuestionar fuertemente el tipo de desarrollo que hemos venido impulsando, y nos exige preguntarnos por la calidad humana y ambiental de nuestro progreso científico, económico y tecnológico. Para ello, se necesita también un cambio en el paradigma financiero: producir mejor riqueza y desarrollo en justicia y equidad, exige cuidar el medio ambiente y hacer nuestro desarrollo sustentable.

Catalina
Tenemos en Atacama, y especialmente en Copiapó, un gran dolor que no quiero dejar de mencionar. A pesar de la que se ha contado con la colaboración de mucha gente en su búsqueda, voluntarios, rescatistas, bomberos, equipos técnicos, quienes han trabajado intensamente, aún no se ha podido encontrar a Catalina Álvarez Godoy, la joven desaparecida desde el 22 de junio pasado. Oramos cada día por todos quienes están haciendo todos los esfuerzos humanos para encontrarla, y dar consuelo a su familia, en medio del dolor. Y a todas las mujeres que en nuestra ciudad han sufrido secuestro, tortura y muerte. Y que las diligencias que aún se realizan ayuden a dar con el paradero de Catalina.

Queridos hermanos, hoy, siguiendo la invitación que nos hiciera el Papa Francisco en su reciente visita a Chile, la Iglesia nuevamente nos invita a promover una “cultura del diálogo”. El Padre de la parábola, que sabemos que es el Padre Dios, quiere sentar a los dos hijos en su mesa, quiere disponernos al diálogo, a la amistad y a la fraternidad verdaderas. Hoy más que nunca hace falta que todos nosotros, sus líderes políticos, culturales, sociales, gremiales, empresariales, religiosos y académicos, favorezcamos esta “cultura del diálogo”. Es preciso escuchar:

Escuchar a las mujeres, con toda la riqueza y profundidad de su aporte a la sociedad y a la Iglesia, con su propia sensibilidad y talentos, que son el pilar en sus familias, que participan comprometidamente en el colegio de sus hijos, en las juntas de vecinos, en las comunidades parroquiales. Escuchar a los jóvenes, en su afán de tener más oportunidades, especialmente en el plano educativo y, así, sentirse protagonistas del Chile que sueñan, protegiéndolos del flagelo de la droga que les cobra lo mejor de sus vidas. Escuchar a los ancianos, con su sabiduría tan necesaria y su fragilidad a cuestas. Escuchar a los niños, que se asoman al mundo con sus ojos llenos de asombro e inocencia y esperan de nosotros respuestas reales para un futuro de dignidad. Escuchar a la hermana-madre Tierra que nos llama a una nueva conciencia ecológica.

Como Iglesia, hemos recorrido un doloroso camino en los últimos años, en los que se han conocido múltiples casos de abusos y encubrimientos. Nos duele y nos avergüenza profundamente, no solo por el daño causado, sino porque además, nos hemos alejado del camino que nos mostró Jesús y hemos oscurecido la luz del evangelio. Esta crisis nos ha puesto hoy en día en un humilde y esperanzado proceso de discernimiento, para renovar nuestras formas de relacionarnos, y escuchar la voluntad de Dios en medio de los acontecimientos que ocurren en el país y la sociedad. Nuevamente, pedimos perdón por todo daño causado, y renovamos nuestro firme compromiso de no tolerar conductas contrarias al evangelio de Jesús.

Conclusión
A pesar de las dificultades y desafíos en nuestra sociedad, la época que nos toca vivir es también apasionante, hermosa, y un regalo de Dios. En medio de todas estas situaciones complejas, se encuentran también muchos signos que nos hablan de la presencia salvadora de Dios que viene al encuentro del género humano para ofrecerle vida en abundancia y plenitud. En las ansias, búsquedas, ideales y sueños más profundos de las nuevas generaciones que tenemos el privilegio de acompañar, es posible descubrir las semillas de una humanidad y mundo nuevos queridos por Dios para la felicidad y salvación de todos.

Chile es una hermosa fiesta. No como las del hijo menor, ni la fiesta que el hermano mayor quería hacer solo con sus amigos. Nuestro país es la Casa de Dios, es la Mesa para Todos, es la fiesta donde nadie sobra. Mujeres, hombres, ancianos y niños; temporeros, pescadores, mineros, personas del mundo de las ciencias, la educación, el arte y el comercio; autoridades, Fuerzas Armadas, instituciones de la sociedad civil. Todos podemos reconocernos como hijos de un mismo Padre, con nuestras legítimas diferencias, pero con la misma dignidad.

Los dolores y sufrimientos que experimentamos ahora, no son sino los dolores de parto por el nacimiento de una nueva época, que más allá de tantos signos de pecado y de muerte, nos señalan que avanzamos hacia nuestro destino último en donde ambos, el pecado y la muerte, han sido derrotados por la resurrección de Jesucristo. Este es el optimismo que está a la raíz de la esperanza cristiana que no defrauda.

A Jesucristo, Señor de la historia, por intercesión de la Virgen del Carmen, Reina y Madre de Chile, le confiamos los destinos de esta Patria nuestra, por los siglos de los siglos. Amén.
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