“Desiderio Desideravi”, una carta apostólica que invita a contemplar la belleza y la verdad de la liturgia

“Desiderio Desideravi”, una carta apostólica que invita a contemplar la belleza y la verdad de la liturgia

La invitación del Papa es a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana.

 
Viernes 12 de Agosto de 2022
El 29 de junio pasado, el Santo Padre publicó la carta apostólica titulada Desiderio Desideravi (en latín, tomada de Lc 22, 15: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con ustedes”), con el objetivo de proponer algunas reflexiones para contemplar la belleza y la verdad de la liturgia. El contexto de la carta se relaciona con un par de documentos anteriores, que implican cierta complejidad y cuyo contenido no se profundiza en la carta. En este caso, parece que es mejor seguir el consejo de Francisco mismo y aprovechar la propuesta de profundización en la línea pastoral de la celebración litúrgica que el Papa propone.

En los primeros números, el punto inicial de la reflexión de Francisco es la relación entre el texto bíblico que inspira y da nombre a su carta y la profundidad del amor de las Personas de la Santísima Trinidad hacia nosotros. Ninguna acción de la Iglesia, menos aún una acción litúrgica, debe olvidar la relación con su fuente, Padre, Hijo y Espíritu Santo. El enfoque se adentra desde las personas de la Trinidad a la Encarnación del Verbo, donde Jesucristo, enviado por el Padre y ungido por el Espíritu, sintetiza toda la creación y la historia y la ofrece en la Última Cena, donde, como dice el Papa en el cuarto número, “nadie se ganó el puesto”, sino que existen sólo invitados “atraídos por el deseo ardiente que tiene Jesús de comer esa Pascua con ellos”. Por eso la participación en la Eucaristía está siempre motivada por el deseo que Él tiene de nosotros, al que nosotros respondemos participando.

La última Cena sería clave para comprender cómo su sentencia de muerte pudo ser el acto de amor más grande, ya que cura de la ceguera provocada por el horror de la cruz, haciendo capaces de ‘ver’ al Resucitado, de creer en la Resurrección. Tal celebración repetida por la comunidad no es una representación escénica de lo ocurrido, ni una simple efemérides, sino más bien la inserción celebrativa en la realidad misma de la Resurrección, que nos declara como no acabada la novedad de la Encarnación, modo que la Santísima Trinidad ha elegido para abrirnos el camino de la comunión. Es precisamente la Liturgia, la que nos garantiza la posibilidad de tal encuentro, de hacernos presentes en aquel momento de la Última Cena, de su muerte y su Resurrección.

El comienzo del encuentro con Cristo en la liturgia, recordará Francisco, se nos da en el bautismo, como inmersión en su pasión, muerte, resurrección y ascensión, con el cual “por haber creído en la Palabra y haber descendido en el agua del bautismo, nos hemos convertido en hueso de sus huesos, en carne de su carne”, dirá más adelante, formando un solo cuerpo con Cristo. “Sin esta incorporación no hay posibilidad de experimentar la plenitud del culto a Dios”, afirmará.

La invitación del Papa es a redescubrir, custodiar y vivir la verdad y la fuerza de la celebración cristiana, frente a la cual existe una “tentación peligrosa para la vida de la Iglesia”. Los modos que él percibe que alimentan tal tentación, los desarrolla en su primera exhortación apostólica, Evangelii Gaudium, del año 2013: el gnosticismo y el neopelagianismo. El gnosticismo, dirá el Papa, “reduce la fe cristiana a un subjetivismo que encierra al individuo en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos”; el neopelagianismo, continuará, “anula el valor de la gracia para confiar sólo en las propias fuerzas”. Ambos modos alimentan lo que el Santo Padre llama la mundanidad espiritual.

Es la celebración litúrgica, que habla más que de un ‘yo’ de un ‘nosotros’, por un lado, la que nos libera del veneno del subjetivismo del gnosticismo, y, por otro, nos purifica proclamando la gratuidad del don de la salvación recibida en la fe de la presunción de una salvación ganada por nuestras propias fuerzas. Tal antídoto, la liturgia, sólo funciona en la medida en que se descubre en ella belleza.

El Papa dará las claves, proponiendo encontrar esa belleza cultivando el asombro, una seria y vital formación litúrgica, y el arte de celebrar.

El asombro del que nos habla Francisco es la “admiración ante el hecho de que el plan salvífico de Dios nos haya sido revelado en la Pascua de Jesús, cuya eficacia sigue llegándonos en la celebración de los ‘misterios’, es decir, de los sacramentos”.

La seria y vital formación litúrgica se podría entender en dos direcciones, tanto como formación para la liturgia y formación desde la liturgia. La formación para la liturgia depende de la formación desde la liturgia, que es esencial. En otras palabras, es necesaria la formación para poder celebrar la liturgia de la Iglesia, pero más necesaria aún es la formación que se recibe celebrando la misma liturgia. Esta formación seria y vital es indispensable para “encontrar las respuestas a las preguntas: ¿cómo podemos crecer en la capacidad de vivir plenamente la acción litúrgica? ¿Cómo podemos seguir asombrándonos de lo que ocurre ante nuestros ojos en la celebración?”, plantea Francisco.

Finalmente, como punto importantísimo, el Papa destaca la cuestión del símbolo en la liturgia, que incluye también el símbolo de nuestro cuerpo. La falta de desarrollo, que señala él, de la capacidad de percibir los símbolos en la actualidad provoca un desmedro en la percepción profunda del contenido de la liturgia. Tal carencia, por cierto, no es absoluta, ya que en el ser humano esa capacidad es constitutiva, por lo tanto, estará presente a pesar de su poco desarrollo. Esa capacidad existe, aunque esté olvidada, lo que provoca la pregunta obvia ¿cómo poder reforzarla, volviendo a los símbolos?

Ante todo, nos dirá, debemos recuperar la confianza en la creación, vale decir, asumir una nueva mirada a las cosas, sobre todo a aquellas que pertenecen a los signos de la liturgia. En segundo lugar, es importante una educación que nos permita situar y comprender los símbolos.

Un modo importantísimo de adentrarse en tales símbolos es cuidar el arte de celebrar, que implica reconocer los ritos como instrumentos que nos ayudan a percibir lo que se manifiesta en la liturgia. Como todo arte, requiere distintos conocimientos, en primer lugar, del dinamismo que describe la Liturgia que siempre está en sintonía con Espíritu, y también conocer la dinámica del lenguaje simbólico. Teniendo presente la importancia del dinamismo de la liturgia y del lenguaje simbólico, en “el arte de celebrar no se puede improvisar”, nos afirmará el Papa. En términos prácticos, por ejemplo, todos los gestos de la asamblea ayudarían a percibirse un solo cuerpo. En ese sentido, el arte de celebrar puede ser desarrollado por toda la asamblea que celebra la vida litúrgica periódicamente, y que, de esa manera, se va constituyendo cada día más en Cuerpo de su Señor.

Pbro. Boris Santana
Párroco Natividad de María


Fuente: Comunicaciones Concepción
Concepción, 12-08-2022