Homilía en el Te Deum
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Homilía en el Te Deum

Homilía en Te Deum de Fiestas Patrias Catedral de Puerto Montt, 18 de septiembre de 2013

Fecha: Miércoles 18 de Septiembre de 2013
Pais: Chile
Ciudad: Puerto Montt
Autor: Mons. Cristián Caro Cordero

Textos:
1 Tim 3,14-16
Sal 110
Mt 6, 7-15

1. Cumpliendo una larga tradición, nos reunimos en esta Iglesia Catedral para dar gracias a Dios en el 203° aniversario patrio, por tantos beneficios recibidos -los dones de la tierra y de la vida en sociedad- en este último tiempo, y a lo largo de nuestra historia como nación, hace ya casi quinientos años. Como ha dicho hermosamente el Papa Francisco, “orar es alabar al Señor por sus cosas bellas y pedirle que nos mande esas cosas bellas”. Alabanza y petición estarán presentes en nuestra oración, no sin antes pedir perdón para disponernos a escuchar con un corazón limpio la Palabra de Dios.

2. En el Evangelio proclamado, Jesús nos invita y enseña a orar. “No uséis muchas palabras como los paganos” -nos ha dicho- “porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo”. ¿Por qué pedírselo, entonces?, preguntará alguno. Porque un padre siempre quiere escuchar a sus hijos, mantener el diálogo y la comunicación con ellos. Y los hijos deben renovar la conciencia de la necesidad de su padre. Así se acrecienta el sentimiento de filiación y el amor paternal. En nuestra Patria, la fe cristiana es mayoritaria; por tanto, la confianza en la providencia de Dios Padre está en el corazón de la mayoría de los chilenos aunque no siempre lo manifiesten. Esa fe hunde sus raíces en la nacionalidad desde sus comienzos. ¡Cómo no dar gracias a Dios por este don! Lo hemos experimentado en las grandes convulsiones sociales- y acabamos de recordar una de esas- en que la Iglesia Católica, junto a otras iglesias cristianas se puso al servicio de la justicia, el derecho y la paz. En efecto, la fe, por su conexión con el amor, es un bien para todos, es un bien común. Lo ha dicho el Papa en su primera encíclica (LF, 51).La luz de la fe no luce sólo dentro de la Iglesia ni sirve únicamente para construir una ciudad eterna en el más allá, sino que nos ayuda a edificar nuestras sociedades para que avancen hacia el futuro con esperanza (cf. Ib.) La fe posibilita la fraternidad, cultiva el perdón, desarrolla la misericordia y permite que la reconciliación no sea una quimera. Por eso, “las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez, edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones que tienen como fundamento el amor de Dios” (ib.) Reunirnos en esta Iglesia Catedral para cantar el Te Deum es un acto de fe en el “Padre del cielo” que nos constituye visiblemente en familia y contribuye a la vida republicana, ofreciendo este espacio de encuentro y fortaleciendo las virtudes de la humildad y de la amistad cívica.

3. Rezamos en la oración de los cristianos: ”perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (cf. Mt 6,12). Y Jesús, insiste: “Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 6,14-15). Por eso, hemos comenzado pidiendo perdón a Dios por nuestras ofensas, personales y colectivas, que hieren el corazón de Dios y a nuestro prójimo. Sabemos que el perdón requiere verdad, justicia y reconciliación. Lo ha recordado el Comité Permanente del Episcopado a propósito de los 40 años después del golpe de Estado. Es un camino largo no exento de dificultades pero es el camino que Jesús ofrece para alcanzar una patria grande de hermanos. “Es nuestra convicción, decían los obispos, que pequeños gestos personales e institucionales pueden ser vitales para ayudar a sanar heridas y contribuir a una verdadera reconciliación”. Sabemos que la verdad plena y la justicia perfecta sólo están en Dios, pero debemos esforzarnos por alcanzarlas, pidiendo la sabiduría, la fortaleza y la magnanimidad del Espíritu Santo, que es el amor de Dios en persona. Por eso, debemos seguir haciendo nuevos y genuinos esfuerzos de generosidad, también de arrepentimiento y de perdón para que la misericordia de Cristo habite en nuestro corazón y nos traiga la definitiva paz. Junto a la conversión del corazón se requiere una conversión mental. La fe cuestiona las ideologías absolutizadoras, que se sustituyen a Dios y a su Palabra, explicitada en la doctrina social de la Iglesia, y que estuvieron en la raíz de las actitudes que llevaron a los dolorosos enfrentamientos entre chilenos.

Como ha dicho el Papa: “no es la cultura de la confrontación, la cultura del conflicto, la que construye la convivencia en los pueblos y entre los pueblos, sino ésta: “la cultura del encuentro, la cultura del diálogo; este es el único camino para la paz” (Angelus, 1° sept., 2013).

4. El Padrenuestro es una escuela de oración y de vida. Nos invita a levantar nuestra mirada, que puede enturbiarse o quedar atrapada en la contingencia, y dirigirla a Dios a quien podemos llamar Padre, con la misma confianza con que Jesús le habla. Situados así ante Dios, pedimos y trabajamos por el advenimiento del Reino de Dios, es decir, del reinado que Dios quiere establecer en el mundo con nuestra colaboración. Es el reinado de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz. Son los grandes intereses de Dios, que se identifican con su Voluntad y santifican su Nombre, que son las tres primeras peticiones del Padrenuestro. Las últimas cuatro peticiones, el pan de cada día, el perdón de las ofensas, el no abandonarnos en la tentación, y el librarnos del mal miran a nuestras necesidades. Son aquellas cosas necesarias para vivir anhelando el Reino de Dios. La íntima relación entre las siete peticiones muestra que “la fe no aparta del mundo ni es ajena a los afanes concretos de los hombres de nuestro tiempo” (LF, 51). La fe se hace operativa por el amor y nos urge a construir la ciudad de Dios en medio de la ciudad de los hombres. Inmersos ahora en un proceso electoral, no podemos perder de vista que contribuimos al reino de Dios poniendo al servicio del país los criterios del Evangelio, cuyo resumen es el Padrenuestro. Así, buscamos salvaguardar aquellos valores intransables como son el valor de toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural; la familia fundada sobre el matrimonio entre un hombre y una mujer, como fundamento de la vida social; el derecho y deber de los padres de educar a sus hijos según sus convicciones (no está de más recordar el inmenso servicio de la educación particular a la educación pública); la libertad de conciencia y de profesar la religión con respeto a los demás. A ellos se suma la salvaguardia de la creación y de los recursos naturales y el respeto al Estado de derecho y de las instituciones republicanas. Grave responsabilidad les cabe a los candidatos a la presidencia o al parlamente y a los CORES de no dejarse tentar por el populismo o la obtención de votos en base a promesas irrealizables o inconvenientes que atentan contra valores superiores, contra “el alma de Chile”, según la expresión del Cardenal Raúl Silva Henríquez.

5. Es notorio que, pese al desarrollo de nuestra Patria, en este último tiempo, experimentamos un descontento social creciente, en que la gente quiere solución inmediata a sus problemas, a veces de larga data, y utiliza la presión y la violencia. Pero es evidente que ha mejorado el nivel de vida medio del chileno y son muchas las familias que tienen por primera vez un hijo en estudios superiores. El país se ha desarrollado como nunca, nuestra misma región tiene altos índices de ocupación, pero la desigualdad social es notoria. Importantes sectores quedan al margen de una educación de calidad, o de prestaciones de salud oportuna y eficiente, y pese a tener trabajo siguen siendo pobres por lo exiguo de sus sueldos. Preocupa la situación desmedrada de muchos adultos mayores. En fin, se puede decir de todos ellos que no tienen el “pan de cada día” asegurado y tranquilo. Hay que reconocer que el creciente materialismo y consumismo es también causa del malestar social o existencial, pues se crean necesidades ficticias, se hace comparación con el vecino, y se piensa que la felicidad está ligada necesariamente al bienestar material. Los padres, educadores y medios de comunicación deben hacer ver -con su ejemplo- el valor relativo de los bienes materiales, y estimular a un estilo de vida sano y saludable, en contacto con la naturaleza y rico en humanidad, en fraternidad, solidaridad, valores morales y religiosos. Jesucristo, Dios y hombre, que optó por los excluidos y más pobres, nos cuestiona a ser sencillos y desprendidos y a tener nuestra mirada y nuestro corazón en los bienes del cielo, aquellos que la polilla no corroe. El Papa Francisco nos da ejemplo en esto.

6. La fe ilumina y enriquece la existencia humana en todas sus dimensiones: personal, familiar y social. A nivel personal tenemos el testimonio cercano de abuelos, padres, amigos que por su fe han sido generosos, alegres, serviciales, y han dejado huella en sus familias o comunidades. En nuestra Patria tres de ellos han llegado a los altares, dos santos y una beata. También la fe ilumina el matrimonio como unión estable de un hombre y una mujer, que, en su diferenciación sexual y complementación se hacen una sola carne y engendran nuevas vidas, que son corona de su unión, de la familia y de la sociedad. Así como abogamos por la ecología natural también debemos defender la ecología humana, expresada en la vida y la familia. La baja tasa de natalidad es un llamado de atención a la generosidad de los matrimonios y a que los hijos nazcan dentro de la familia. También, ¡cuántos beneficios ha aportado la mirada de la fe a la ciudad de los hombres para contribuir a su vida común! Gracias a la fe hemos descubierto la dignidad única de cada persona, que no era tan evidente en el mundo antiguo. La fe nos invita también a buscar modelos de desarrollo que no se basen sólo en la utilidad y el provecho sino que consideren la creación como don de Dios del que todos somos deudores: y nos enseña a identificar formas de gobierno justas, reconociendo que la autoridad está al servicio del bien común. Asimismo, la fe nos hace volver a la raíz de la fraternidad, que sin referencia a un Padre común como fundamento último no logra subsistir (cf. LF, 54-55). Por su parte, la fraternidad es el camino para la paz. Nos convoca a ser solidarios y a darle un rostro más humano al mundo. Por último, la fe nos permite encontrar el sentido a los dos más grandes obstáculos de la vida: el sufrimiento y la muerte. El Hijo de Dios al hacerse hombre participó de nuestros dolores y sufrimientos, no los suprimió pero los transformó en instrumentos de redención. Cristo nos conforta en el sufrimiento porque, habiendo soportado el dolor, y aceptando la muerte de cruz, “inició y consumó nuestra fe” (Hb 12,2), abriéndola a la esperanza de la resurrección y de la victoria final.

7. Termina el Padrenuestro con dos peticiones: “no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos de todo mal”. Lo que pedimos a Dios es que nos libre del Tentador y le rezamos para no caer en la tentación. La gran tentación es la de la autonomía total- en la que cayeron nuestros primeros padres, seducidos por el Maligno-, ser como dioses, viviendo como si Dios no existiese y proyectando la vida personal y social, independientemente de los designios divinos. Por el contrario, Dios, nuestro Salvador, quiere que todos se salven y lleguen a conocer la verdad, y ha enviado a Jesucristo, camino, verdad y vida del hombre.

8. Por eso, en esta hora de nuestra Patria y de la vida personal y colectiva, nos confiamos a la Madre de Dios, a quien ya en el siglo II, los cristianos invocaban diciendo: “Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios”. A Ella, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, le pedimos que ayude a nuestra fe, a nuestra esperanza y a nuestro amor, y que cuide a nuestra Patria, que fue edificada sobre los cimientos sólidos de la fe y de la moral cristiana, y en eso ha estado su grandeza, estabilidad y capacidad de recuperación en las grandes pruebas de la historia. Amen

+ Cristián Caro Cordero
Arzobispo de Puerto Montt
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