Francisco en el Ángelus: abandonarse con confianza en Dios

Francisco en el Ángelus: abandonarse con confianza en Dios

Cuando sentimos fuerte la duda y el miedo y nos parece que nos hundimos, en los momentos difíciles de la vida, no debemos avergonzarnos de gritar, como Pedro: «¡Señor, sálvame!». Lo dijo el Papa Francisco, a la hora del Ángelus dominical, asegurando que Jesús "sabe" que “nuestra fe es pobre y nuestro camino puede ser perturbado, bloqueado por fuerzas adversas”, pero que, incluso antes de que empecemos a buscarlo, "Él está presente junto a nosotros”.

 
Domingo 09 de Agosto de 2020

Abandonarse con confianza en Dios en todo momento de nuestras vidas, especialmente en el momento de la prueba y la turbación: el Evangelio del día hace esta invitación, según el Sucesor de Pedro, quien a la hora del Ángelus de este domingo hizo presente, con convicción, que Jesús “es la mano del Padre que nunca nos abandona”. Él es – afirmó el Papa - “la mano fuerte y fiel del Padre, que quiere siempre y solo nuestro bien”.

En el Ángelus de este domingo, comentando el Evangelio del día (cfr. Mt 14, 22-33) que relata la travesía de los discípulos del lago en tempestad, cuando Jesús caminó sobre las aguas, el Papa Francisco se centró en el diálogo entre Jesús y Pedro. Los discípulos estaban turbados, piensan que Jesús es “un fantasma” y gritan “con miedo”. Pero Jesús los tranquiliza: «¡Ánimo!, que soy yo; no teman». Jesús dice a Pedro que vaya hacia Él, pero Pedro, que da algunos pasos, con el viento y las olas empieza a hundirse y, asustado, grita: «¡Señor, sálvame!». Jesús – recuerda el Papa – le toma de la mano y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?».

Gritar como Pedro: «¡Señor, sálvame!»
Aquí parte la reflexión del Papa Francisco de este domingo: esta historia – nos dice – es también una invitación a abandonarnos con confianza en Dios en todo momento de nuestra vida, especialmente en el momento de la prueba y la turbación.

Cuando sentimos fuerte la duda y el miedo y nos parece que nos hundimos, en los momentos difíciles de la vida, donde todo se vuelve oscuro: no debemos avergonzarnos de gritar, como Pedro: "¡Señor, sálvame!". (v. 30). Llamar al corazón de Dios, al corazón de Jesús: "¡Señor, sálvame!". ¡Es una hermosa oración! Podemos repetirla muchas veces: "¡Señor, sálvame!".

Dios no se impone, Él pide escuchar
El Santo Padre señaló que el gesto de Jesús, que enseguida tiende su mano y toma la de su amigo, “debe ser contemplado durante mucho tiempo”, pues Jesús es precisamente “la mano del Padre que nunca nos abandona”: Él es “la mano fuerte y fiel del Padre, que quiere siempre y solo nuestro bien”.

Dios no es el gran rumor, Dios no es el huracán, no es el incendio, no es el terremoto, como recuerda hoy también la historia del profeta Elías que dice: Dios es la brisa ligera que no se impone, sino que pide escuchar (cfr. 1 Re 19,11-13). Tener fe quiere decir, en medio de la tempestad, tener el corazón dirigido a Dios, a su amor, a su ternura de Padre. Jesús quería enseñar esto a Pedro y a los discípulos, y también hoy a nosotros.

Jesús con nosotros antes de que empecemos a buscarlo
En los momentos oscuros, en los momentos de oscuridad, “nuestra fe es pobre y nuestro camino puede ser perturbado, bloqueado por fuerzas adversas”, afirmó también Francisco. Pero Jesús “lo sabe”, e “incluso antes de que empecemos a buscarlo", aseguró, "Él está presente junto a nosotros”. “Y levantándonos de nuestras caídas, nos hace crecer en la fe”.

Tal vez nosotros, en la oscuridad, gritamos: "¡Señor! ¡Señor!", pensando que está lejos. Y Él dice, "¡Estoy aquí!" Ah, él estaba conmigo... Así es el Señor.

El Papa señaló que la barca a merced de la tormenta es la imagen de la Iglesia, que en todas las épocas encuentra vientos contrarios, y a veces pruebas muy duras. E invitó a pensar en las persecuciones largas y amargas del siglo pasado, y también en algunas de nuestros días. Y dijo:

“En esas situaciones, puede tener la tentación de pensar que Dios la ha abandonado. Pero en realidad es precisamente en esos momentos que resplandece más el testimonio de la fe, el testimonio del amor y el testimonio de la esperanza. Es la presencia de Cristo resucitado en su Iglesia que dona la gracia del testimonio hasta el martirio, del que brotan nuevos cristianos y frutos de reconciliación y de paz por el mundo entero”.

Perseverar en la fe
Así, pues, al finalizar su reflexión, pidió la intercesión de María para que “nos ayude a perseverar en la fe y en el amor fraterno, cuando la oscuridad y las tempestades de la vida ponen en crisis nuestra confianza en Dios”.

El Papa a la comunidad internacional: ayuda generosa para el Líbano
Ayuda generosa para el Líbano pidió nuevamente el Papa Francisco a la comunidad internacional, tras rezar el Ángelus. Antes de ello el Sumo Pontífice recordó los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, lugares que visitó el año pasado, renovando su invitación a rezar y a comprometerse por un mundo totalmente libre de armas nucleares.

Francisco se refirió luego a la peculiar identidad del Líbano, fruto del encuentro de varias culturas, “un modelo de convivencia” que, sin embargo, en este momento es “muy frágil”. Por eso rezó para que, con la ayuda de Dios y “la leal participación de todos”, pueda renacer “libre y fuerte”. Además, renovó el llamamiento a la comunidad internacional para una ayuda generosa a este país que ha sido golpeado por la tragedia del martes. Estas sus palabras:

Queridos hermanos y hermanas

el 6 y el 9 de agosto de 1945, hace 75 años, tuvieron lugar los trágicos bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki. Mientras recuerdo con conmoción y gratitud la visita que realicé en esos lugares el año pasado, renuevo la invitación a rezar y a comprometerse por un mundo totalmente libre de armas nucleares.

En estos días pienso a menudo en el Líbano. La catástrofe del martes pasado llama a todos, empezando por los libaneses, a colaborar por el bien común de este amado país. El Líbano tiene una identidad peculiar, fruto del encuentro de varias culturas, que ha surgido con el tiempo como modelo de convivencia. Ciertamente esta convivencia ahora es muy frágil, lo sabemos, pero rezo para que, con la ayuda de Dios y la leal participación de todos, pueda renacer libre y fuerte. Invito a la Iglesia en el Líbano a estar cerca del pueblo en su Calvario, como está haciendo en estos días, con solidaridad y compasión, con el corazón y las manos abiertas al compartir. Renuevo además el llamamiento para una ayuda generosa por parte de la comunidad internacional. Y, por favor, pido a los obispos, sacerdotes y religiosos del Líbano que estén cerca del pueblo y vivan un estilo de vida marcado por la pobreza evangélica, sin lujos, porque su pueblo sufre, y sufre mucho.

El Líbano ha sido trastornado también por las protestas del pueblo que piden no sólo el esclarecimiento de las causas de las explosiones, sino el fin de la corrupción y de la gravísima crisis económica que sufre la población.

El país de los cedros cuenta con una población 4,5 millones de habitantes, y la catástrofe del martes pone de rodillas a un país ya afectado por una fuerte crisis económica y social, exacerbada en el último año, que ha reducido a la pobreza a muchas familias.

Tal como informó la Cáritas Italiana, más de una cuarta parte de la población vive con menos de 5 dólares al día. A esto se añade la situación compleja del elevadísimo número de refugiados acogidos en el país: alrededor de un millón, casi todos sirios afectados por una guerra que lleva 10 años, muchos de los cuales no tienen identidad legal: no tienen papeles, ni trabajo, ni derechos.

Fuente: Vatican News
Vaticano, 09-08-2020