Fijar la mirada en el Señor Jesús
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Fijar la mirada en el Señor Jesús

Homilía de Monseñor Ricardo Ezzati Andrello en el inicio de su Ministerio Episcopal en la Arquidiócesis de Santiago de Chile.

Fecha: Sábado 15 de Enero de 2011
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Monseñor Ricaro Ezzati Andrello, sdb

Textos bíblicos
1º Cor 12,3b-77;12-13
Lc 5,1-11

1.- En tu palabra echaré las redes…

El Evangelio según San Lucas, proclamado en la solemne Liturgia de hoy, recoge el momento de la elección de los primeros cuatro discípulos del Señor. Jesús se acerca a cuatro pescadores de Galilea y los invita a echar las redes en un mar que se les había presentado hostil: no habían pescado nada en toda la noche…


Tres expresiones destacan el clima espiritual de asombro, de desconcierto y desconfianza que los sobrecogen:
“En tu palabra echaré las redes…”;
“Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador…” y
“Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo le siguieron”.

La asombrosa experiencia de temor, de confianza y de fe vivida por Simón y sus compañeros, subvierte totalmente sus horizontes humanos de sus existencias, los saca de un proyecto de vida acariciado por años y en el que habían puesto su esperanza; y da comienzo para ello a una aventura jamás imaginada: serán pescadores de hombres… “no temas. Desde ahora serás pescador de hombres”.

La experiencia de Pedro y sus compañeros, es también la experiencia de todo llamado, también la mía. Una experiencia cargada de asombro y de temor ante la llamada que sobrepasa las posibilidad humanas, que no dejan de confundir, pero, al mismo tiempo, una invitación que ofrece gracias insospechadas y oportunidades de crecer en una renovada confianza y en un sereno abandono en Aquel que llama a seguirlo más cerca, que ofrece Palabras de vida normal, y que invita a compartir su proyecto viviendo en intimidad y amistad con Él: “Soy yo quien los ha elegido…; los he llamado amigos… permanezcan en mi amor… Yo los envío”. Esta es la certeza , regala paz y estimula el ponerse en camino, sabiéndose sostenido, únicamente por la gracia de Dios “No temas, desde ahora serás pescador de hombres…
Con estos sentimientos me presento ahora ante Ustedes, hermanos y hermanas, de la Iglesia de Santiago como el Apóstol Pablo ante la comunidad de Corinto, me presento a Ustedes sin “el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciaros el testimonio de Dios”, entre Ustedes no pretendo “saber sino a Jesucristo y a este crucificado” me presento ante vosotros “débil, tímido y tembloroso y mi palabra y mi predicación” no tiene nada “de los persuasivos discursos de la sabiduría”, sino que quieren ser “una demostración del Espíritu para que vuestra fe se funde no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios” (1 Cor. 2,1-5)
Esta es la fotografía de su nuevo Pastor que, sostenido por la potencia del Espíritu Santo, acompañado por la materna presencia de la Virgen Santísima y confiando sólo en la gracia de Dios, emprende la misión de ser signo e instrumento del amor del Padre y mensajero de Jesucristo para los hombres y mujeres que peregrinan por la noble ciudad de Santiago, lo haré con la ayuda y en comunión con todos Ustedes, seguro que acogen gustosos de invitación del Papa Benedicto XVI, contenida en la Bula de nombramiento: “Exhortamos a estos hijos e hijas a que te acojan como Pastor y vivan gustosamente unidos a ti con los vínculos de la caridad, de la unidad y de la obediencia”. Por mi parte, pido al Señor poder gastar toda mi vida al servicio de quienes Él ha confiado a mi cuidado de Pastor”.

2.- Reconociendo la providencial conducción del Espíritu

Al iniciar esta nueva etapa de mi vida, no puedo dejar de elevar mi espíritu agradecido a Dios Padre, que desde el seno de una sencilla familia de fe, por el bautismo me ha llamado a formar parte de la Iglesia; más tarde, por la profesión religiosa, me ha consagrado e incorporado a la Congregación Salesiana, heredero del corazón de padre y amigo de San Juan Bosco, abierto de manera especial, a los jóvenes y a los pobres; por la Ordenación Presbiteral me hecho signo de su Hijo, Sumo y Eterno Sacerdote y finalmente, por la Ordenación Episcopal me ha constituido sucesor de los Apóstoles en la Iglesia de Valdivia, como Auxiliar del Arzobispo de esta Iglesia, en los últimos cuatro años como Arzobispo de la querida Arquidiócesis de la Santísima Concepción y desde hoy, en esta venerada Iglesia de Santiago.
Doy gracias a Dios, por pertenecer a la Iglesia de Jesucristo, Madre que me ha engendrado y alimentado en la fe, desde el seno de una parroquia primero, en la Congregación Salesiana después y finalmente, en el ejercicio del ministerio en tantos lugares y tareas.

Doy gracias a Dios por el ministerio de Sucesor de Pedro ejercido por el Papa Juan Pablo II que me ha llamado al Episcopado, y por el afecto paterno del Papa Benedicto XVI que me ha querido Arzobispo de Concepción y ahora de Santiago. A través del Señor Nuncio, Mons. Giuseppe Pinto, quiero expresar al Santo Padre mi filial y fraterna comunión, agradeciendo el testimonio de afecto y estima que ha querido manifestarme.

Doy gracias a Dios por esta Iglesia de Santiago, estrecha y solidariamente unida a la historia de Chile, que ha ofrecido innumerables testimonios de santidad y de fecundo servicio a la Comunidad, especialmente, en momentos difíciles para la convivencia nacional. Estoy seguro de interpretar los sentimientos de todos Ustedes recordando el nombre de los insignes pastores que han gobernado la Iglesia de Santiago en las últimas décadas. El Card. Raúl Silva Henríquez, hermano en la vocación salesiana y del cual me siento, a la vez, “hijo” y “padre”. Hijo y discípulo por el enorme despliegue y testimonio de la caridad de Cristo que lo impulsó y padre por la confianza que quiso depositar en mí como guía espiritual de su alma. Recuerdo, con gratitud, al Card. Carlos Oviedo que me impuso sus manos en la Ordenación Episcopal y la cariñosa cercanía del Card. Juan Francisco Fresno. En la sucesión apostólica, hoy me toca ser heredero del patrimonio espiritual con el cual han enriquecido la vida de la Arquidiócesis.

De una manera del todo particular, siento la necesidad de agradecer el ministerio episcopal de mi inmediato predecesor, S.E. el Card. Francisco Javier Errázuriz Ossa. Su incansable amor y servicio a la Iglesia de Santiago, en innumerables campos de la vida pastoral; su inteligente colaboración con la misión del Sucesor de Pedro, en la Congregación para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, primero y como Cardenal de la Iglesia después; el celo pastoral desplegado en la Iglesia de Valparaíso, y en la última década, en la de Santiago; la sabia conducción de la Conferencia Episcopal de Chile como su Presidente y como miembro del Comité Permanente, y las diversas intervenciones para promover el desarrollo integral y el bien espiritual de Chile, han sido un signo elocuente de la amorosa conducción de nuestro Padre Dios. Al Card. Errázuriz, la Iglesia de América Latina y El Caribe, le debe la conducción que preparó y celebró la Vª Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y Caribeño de Aparecida y su posterior impulso misionero en acto en el Continente. Gracias, señor Cardenal. El Supremo Pastor de las ovejas llene su corazón de abundantes bendiciones.

3. Con los ojos fijos en Jesús, el Señor

Hermanos y hermanas, afianzados en la esperanza que no defrauda, los invito a fijar la mirada en el Señor Jesús del cual somos discípulos y misioneros para que nuestros pueblos en Él tengan vida. Él nos revela la experiencia única del amor de Dios Padre a los hombres. Es el Maestro que nos ha cautivado, nos ha llamado y distinguido con su amistad, el Salvador que nos redime con la fuerza invencible de su cruz y resurrección, el Dios que ha plantado su tienda entre las nuestras.

En una época de cambios culturales radicales y profundos, como Iglesia proclamamos que conocer a Jesús por la fe es nuestro gozo, seguirlo es una gracia singular, y transmitir este tesoro a los demás es un encargo honroso que, al llamarnos y al elegirnos, Él nos ha confiado (cf DA.18). Los invito a unirse al propósito expresado en mi lema episcopal: “PARA EVAGELIZAR”, conscientes que “Evangelizar” es la dicha y la misión de la Iglesia.

Para ello, los invito a ser una “Iglesia contemplativa”, que en actitud orante, vaya descubriendo, en cada momento y circunstancia, el proyecto salvador de Dios sobre los hombres, es decir, el Reino revelado por el Hijo del Padre, actualizado en la celebración de los Sacramentos, especialmente de la Eucaristía, en la vida fraterna y en el servicio a los últimos.

En medio de las sombras de nuestro hoy, recuerda el texto de Aparecida, el discípulo experimenta que la vinculación íntima con Jesús, es participación de la vida salida de las entrañas del Padre y es formarse para asumir su mismo estilo de vida y sus mismas motivaciones, correr su misma suerte y hacerse cargo de su misión de hacer nuevas todas las cosas” (DA 131). Cristo es el único tesoro de la Iglesia. De Él brota la vida abundante que deseamos para todas y todos los hermanos.

María, que formó en su seno al Verbo hecho Carne, nos ayude a acogerlo hasta que su imagen quede grabada en nuestros corazones.

4.- Caminando en comunión

“Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que Obra en todos”, así nos recuerda San Pablo en su primera Carta a los Corintios, leída como primera lectura.

Lo sabemos bien: todos los bautizados formamos un solo cuerpo. Somos el pueblo de reyes y de sacerdotes y el pueblo santo animado por el Espíritu del Resucitado. En esto radica la vocación que nos acomuna y nos hace Cuerpo de Cristo, dotado con miembros diversos, gozando de la misma dignidad y destinados a participar de la misma gloria. El Documento de Aparecida, describiendo la comunión de los discípulos misioneros en la Iglesia, destaca un elemento común a todos los bautizados y un carisma específico propio de cada vocación. Todos somos discípulos misioneros, pero enriquecidos de un don específico, propio de la vocación recibida. Esto comporta el compromiso de vivir en comunión, respetando e impulsando los dones que permiten que la Iglesia sea sacramento de Cristo.

4.1. Queridos hermanas y hermanos laicos. Ustedes han recibido la cocción-misión de ser discípulos misioneros de Jesucristo, luz del mundo. Recordando el documento de Puebla, la Vª Conferencia del Episcopado Latinoamericano y Caribeño describe su vocación como “hombres de Iglesia en el corazón del mundo y como hombres del mundo en el corazón de la Iglesia. La Arquidiócesis y su obispo cuentan con Ustedes.

Los invito a ser de verdad, testigos y misioneros de Jesucristo con su palabra y obras, en el vasto y complejo mundo de nuestra ciudad y de nuestros campos, en el vasto y complejo mundo de la política, de la realidad social y de la economía, como también el de la cultura y de la educación, de las ciencias, de las artes, de la vida internacional, de los medios de comunicación social y de otras realidades abiertas a la evangelización, como son el amor, la familia, la educación de los niños y adolescentes, el trabajo y el sufrimiento. Animo a todos los laicos y laicas de nuestra Iglesia, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, agentes pastorales, miembros de Comunidades y Movimientos Apostólicos a sentir y hacer propia la urgencia de la Evangelización y a testimoniar lo bello que es ser cristianos.

4.2. Muy apreciados Presbíteros, junto con saludarlos con especial afecto me dirijo a todos Ustedes para agradecerles el testimonio de su vida abnegada en el ministerio pastoral, su decisión de caminar en comunión con el Obispo y los demás miembros de la Iglesia encontrando en “la caridad pastoral” la fuente inagotable de su santidad sacerdote. La Iglesia de Santiago les debe muchísimo. Son Ustedes quienes llevan adelante la tarea diaria de la evangelización, quienes, en nombre del Señor, consuelan, perdonan y ofrecen el pan de vida. Les agradezco el testimonio de su entrega generosa. Nos duele en el alma constatar situaciones que han traicionado gravemente la identidad vocacional y la misión pastoral propia del presbítero, desfigurando el rostro del Buen Pastor. San Alberto Hurtado proclamado especial Patrono del presbiterio de Santiago, interceda por todos nosotros. No olviden que el presbítero, a imagen de Cristo, está llamado a ser hombre de la misericordia y de la compasión, cercano a su pueblo, servidor de todos, particularmente de los que sufren grandes necesidades (Cfr. DA 198). El Pueblo de Dios necesita de presbíteros discípulos: que tengan una profunda experiencia de Dios, configurados con el corazón de Cristo; presbíteros misioneros, movidos por la caridad pastoral que los lleve a cuidar del rebaño a ellos confiado, y a buscar a los más alejados (Cfr. DA 199). En una palabra, presbíteros santos que ofrezcan al pueblo de Dios lo que un humilde campesino descubrió en su santo cura. De San Juan María Vianney pudo decir que “había visto a Dios en un hombre”. Que los seminaristas, corazón de nuestra Arquidiócesis y a quienes saludo con afecto, puedan reconocer en Ustedes los rasgos de Cristo Buen Pastor.

4.3. Dirijo una palabra de afecto a los Diáconos Permanentes, varios de los cuales he tenido el gozo de ordenar en el ministerio. Las amplias periferias de la cultura, de la vida social y laboral y del desarrollo urbano; las antiguas y nuevas pobrezas, necesitan con urgencia, del testimonio y de la acción de quienes tienen la misión de ser una perenne profecía de Cristo Buen Samaritano y del Maestro que se ciñe la toalla para ser servir. Con su testimonio de vida y con su acción pastoral ayuden a toda la comunidad eclesial a mantener viva y operante su esencia de servidora de la humanidad.

4.4. Desde los albores de la implantación de la Iglesia en nuestra Patria, Santiago ha podido contar con la presencia generosa de muchos y muchas religiosos y religiosas. De Ustedes, el Papa Juan Pablo II ha dicho que son “un don necesario para el presente y para el futuro de la Iglesia”; que no sólo tienen una gloriosa historia que contar, sino una historia fecunda por construir. Para todos los miembros de la Iglesia son discípulos y misioneros de Jesús testigo del Padre, es decir que aquello que permanece, signo profético de la absoluta primacía de Dios y de su Reino. Doy gracias a Dios por las diversas presencias de la vida consagrada en nuestra Iglesia, las que, desde el silencio contemplativo de los monasterios y hasta la inserción entre los más pobres, proclaman las bienaventuranzas del Reino y son profecía viviente del Reino definitivo.

5.- Para la vida del mundo

Con los ojos iluminados por la luz de Cristo, podemos y queremos mirar al mundo, a la historia, a Santiago y a cada una de las personas que habitan en nuestra querida metrópoli. Como Cristo que no vino a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate de muchos, así los miembros de la Iglesia queremos mirar al mundo. Entrando por primera vez en la Catedral de Concepción, me impactó el hermoso conjunto pictórico de su ábside. En el centro, se puede contemplar una imagen de Cristo crucificado, sostenido por los brazos del Padre y unas letras cubitales que dicen: Sic Deus dilexit mundum: Así Dios amó al mundo. En esta clave, la profecía de Isaías, que Jesús se aplica, se hace horizonte también de nuestra relación con el mundo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado a anunciar la Buena Nueva a los pobres, a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc. 4,18-19). La Iglesia existe para esto, para evangelizar con palabras y con hechos: palabras que explican los hechos y hechos que acompañan las palabras. Como Cristo, la Iglesia no vive para sí misma, sino para la vida del mundo. Como Cristo que ha venido para que tengan vida y la tengan con abundancia; como Cristo que amó hasta el extremo. Por eso, invito a todos a comprometerse para que nuestra Comunidad sea una Iglesia cercana y servidora, una Iglesia que se esmere partir y de volver a partir, desde dónde se encuentran las personas, ofreciéndoles la misma compañía que Jesús resucitado ofreció a los discípulos de Emaús.

Conclusión:

Hermanas y hermanas, recen por su obispo, acompáñenlo con su cercanía fraterna y con la sabiduría que el Espíritu les regala.

La Virgen del Carmen, Madre y Reina de Chile, “Auxiliadora de los tiempos difíciles”, me acompañe siempre, para que llegue a ser un obispo cercano y sencillo, imagen del único y verdadero Buen Pastor, que conoce a sus ovejas, las defiende del lobo, dispuesto a dar su vida por ellas.

† Ricardo Ezzati Andrello, sdb
Arzobispo de Santiago
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