Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es el Señor: Hacia el Bicentenario de Chile con la confianza puesta en Dios.
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TE DEUM POR LA PATRIA

Bienaventurado el pueblo cuyo Dios es el Señor: Hacia el Bicentenario de Chile con la confianza puesta en Dios.

Homilía de Mons. Ricardo Ezzati A., Sdb. Arzobispo de la Ssma. Concepción, en el Te Deum por la Patria Catedral de Concepción, 18 de Septiembre de 2007

Fecha: Martes 18 de Septiembre de 2007
Pais: Chile
Ciudad: Concepción
Autor: Monseñor Ricardo Ezzati Andrello, sdb

EN LA CASA DE DIOS PADRE PARA DAR GRACIAS

1.-Año tras año, en esta fecha de la fiesta de la Patria, la Catedral Metropolitana se convierte en techo común que cobija a los hijos de Dios de las ciudades y pueblos de una porción significativa de la Octava Región: aquellos que el Hijo Santísimo de María vino a reunir en una sola familia y el Espíritu Santo quiere congregar en la unidad de un solo bautismo y una sola fe, llamándolos a seguir aprendiendo el lenguaje del amor, de la solidaridad y de la convivencia pacífica , único lenguaje que todos debiéramos hablar. Reunidos en este lugar de comunión, alegres y agradecidos por nuestras raíces, elevamos el canto de alabanza al Padre, por la Patria que nos regaló y, fervientemente, pedimos para ella, el don de la justicia, la paz y el bienestar.

Saludo con distinción a todas las Autoridades que nos acompañan, Civiles, Militares y de Orden; a los responsables y miembros de las distintas organizaciones sociales, a mis hermanos sacerdotes, religiosas y religiosos, a los laicos y laicas presentes, y a quienes que, no compartiendo la fe católica, han querido orar con nosotros por la Patria chilena. Con el alma llena de asombro, reconocemos y agradecemos el pastoreo del Señor, su guía, bondad y misericordia. Es esta experiencia de vida la que nos impulsa a poner nuevamente en sus manos providentes las esperanzas de la Patria, seguros de encontrar en Él y en su Palabra la clave del futuro más bello y grande que todos anhelamos. En efecto, la convivencia pacífica y duradera es posible, solo si aprendemos a reconocer nuestra común herencia genética en la filiación divina, que Dios ha grabado en el corazón de cada chileno y cada chilena. Esta certeza fundamental, permitirá el crecimiento del respeto irrestricto por la dignidad de cada persona, la búsqueda sincera del bien del otro, la colaboración y la solidaridad, el diálogo y la acogida del otro, como aporte que cada uno puede ofrecer en la construcción de un país de hermanos.

UN PUEBLO QUE HA PUESTO SU CONFIANZA EN DIOS.

2.- Los invito a detenernos en la experiencia del Pueblo de la Antigua Alianza, recogida en el Libro de Josué, leído como primera lectura. Es una historia emblemática, no sólo para Israel, sino para los pueblos de todos los tiempos y de todas las culturas. Lo es también para nosotros y nuestra convivencia nacional.

Dios, recuerda la Biblia, había escogido a Israel a pesar de su pequeñez e insignificancia; lo había formado con paciencia y guiado con sabiduría. Había hecho de él una gran nación. En esas circunstancias, el pueblo se ve enfrentado a la prueba, una tentación engañosa, que requiere un profundo discernimiento, una búsqueda comunitaria y una lúcida decisión: ¿Deberá fiarse de Dios, de su conducción o, más bien, emprender otro camino, dar crédito a los propios criterios o ceder frente a la arrogancia de los pueblos vecinos? En la Asamblea celebrada en Siquém, la comunidad, junto a su jefe Josué, lee su historia, discierne, madura su decisión y sella un pacto solemne de Alianza: “El Señor es nuestro Dios; El nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto y de la esclavitud; El hizo, a nuestra vista, grandes signos; nos protegió en el camino que recorrimos y entre los pueblos por donde cruzamos... ¡Nosotros serviremos al Señor...!”(Jos.24,15-21). La comunidad había comprendido que el camino más inteligente y sabio para alcanzar su madurez y su futuro, no era otro que el de fiarse de la conducción divina, reconociendo en los mandamientos de Dios la guía y la metodología más segura para el éxito. En los albores de su historia Moisés le había dicho: “Guarden y cumplan los mandamientos de Dios, porque ellos son nuestra sabiduría y nuestra inteligencia a los ojos de los pueblos, que cuando tengan noticia de ellos, dirán: ‘Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente’ y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tengan los dioses tan cerca como lo está el Señor nuestro Dios siempre que le invocamos?”(Deut.4,6-8).

3.- En el discurso inaugural de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe, el Papa Benedicto XVI planteó una pregunta que, a menudo, surge también de la mente de muchos entre nosotros. Esta manera de pensar, “¿no podría ser acaso una fuga hacia el intimismo, hacia el individualismo religioso, un abandono de la realidad urgente de los grande problemas económicos, sociales, y políticos de América Latina y del mundo, y una fuga de la realidad hacia un mundo espiritual?”. Esta es la respuesta ofrecida por el Papa: “Como primer paso podemos responder a esta pregunta con otra: ¿Qué es esta realidad? ¿Qué es lo real? ¿Son “realidad” solo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo, como demuestran, los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por esto decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de “realidad” y, en consecuencia, solo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas” (Benedicto XVI, Discurso de apertura a la V Conf.).

La reflexión de Benedicto XVI es una invitación a no quedar en la superficie de los fenómenos y a superar la tentación de ofrecer respuestas efímeras. Dios, apreciados amigos, no quita al hombre, no nos quita a nosotros, la libertad y la responsabilidad de discernir y de decidir acerca del propio camino. Como Padre y Buen Pastor, siempre, hoy también, quiere que sus hijos tengan vida, quiere que sus pasos se encaminen por el sendero de la justicia y de la paz, es decir, hacia la felicidad de una existencia plena y gozosa: “vida plena, propia de los hijos de Dios, con unas condiciones más humanas: libres de la amenaza del hambre y de toda forma de violencia”(Benedicto XVI, Ib.). A este noble fin deberá encaminarse el compromiso de quienes han asumido la responsabilidad de guiar la vida ciudadana y la voluntad de quienes forman parte de Chile.

BIENAVENTURADOS

4.- En el texto evangélico de San Mateo proclamado en la segunda lectura, ha reiterado el término “bienaventurados”, es decir, “felices” por bien nueve veces. Acaso este anuncio de felicidad ¿no coincide con el deseo más profundo del corazón humano, especialmente de los más pobres? ¿No es también la meta a la cual aspira llegar el Chile del Bicentenario?
Felices los que tienen un espíritu de pobre y que tienen puesta en Dios su esperanza; felices los que siembran con paciencia y perseverancia y saben aguardar el tiempo oportuno para la cosecha; felices los que tienen hambre y sed de ser justos, que hacen de la justicia la consistencia de todas sus aspiraciones; felices los que cultivan sentimientos de compasión y misericordia y saben escuchar el clamor de los pobres y postergados y se inclinan ante los caídos y los débiles; felices los que cultivan un alma transparente, ojos y corazón en los cuales no habita la mentira y el engaño; felices los rechazan la violencia, trabajan por la paz, la busca y aprecian como don de Dios y la cultivan en respeto irrestricto a los derechos de los demás; felices los veraces, los rectos de corazón, los que son consecuentes o perseguidos a causa del bien.

Quienes forjaron el alma de la Patria, tuvieron la audacia y la sabiduría de dejarse guiar por la luz de estos ideales que maduraron en fruto de un pueblo creyente, noble y grande, acogedor y solidario, respetuoso de la dignidad humana, deseoso de paz, de concordia y de desarrollo equitativo. Al País le han sido ajenos momentos de incertidumbre y de duda, sin embargo, el espíritu de las Bienaventuranzas, le permitió vencer el odio y las rencillas, superar las divisiones y encaminar sus pasos por los senderos del progreso. Fue una barrera a la búsqueda egoísta de intereses mezquinos o al olvido de la miseria de los pobres y marginados. Permitió, además, que se viera como las barreras levantadas no conducían a la concordia y al bienestar, porque el rencor no construye, la fuerza no crea comunión y la violencia no engendra justicia.

Las bienaventuranzas del Reino son también hoy garantía de prosperidad y plataforma esencial sobre la cual es posible construir un futuro digno para los hombres y mujeres de Chile. Ellas invitan a construir el futuro sobre roca firme: sobre la verdad, desde la verdad y con la verdad; sobre la justicia, desde la justicia y con la justicia; sobre el compromiso, desde el compromiso y con el compromiso de todos. El desafío se vuelve urgente, puesto que relativismos de variadas proveniencias, quisieran exiliar del horizonte social de nuestra Patria toda referencia a Dios, a sus mandamientos y a su sabiduría. En este sentido, los laicos cristianos están llamados “a actuar a manera de fermento en la masa para construir una ciudad temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios... y a construir un consenso moral sobre los valores fundamentales que hacen posible la construcción de una ciudad justa”(DA n.505-506).

LA REGION Y SUS DESAFIOS

Observando, con alma de pastor, la realidad a la cual he podido acercarme en estos seis meses de ministerio episcopal en Concepción y Arauco, a la luz de las bienaventuranzas del Reino, y confortado por el magisterio de los Obispos de América Latina y del Caribe, reunidos en la V Conferencia de Aparecida, me atrevo a destacar cuatro bienaventuranzas particularmente urgentes para nuestra Región.

5.- La bienaventuranza de la dignidad humana

La primera es la bienaventuranza de la dignidad humana. También entre nosotros “la cultura actual tiende proponer estilos de ser y de vivir contrarios a la naturaleza y dignidad del ser humano. El impacto dominante de los ídolos del poder, la riqueza y el placer efímero se han transformado, por encima del valor de la persona, en la norma máxima de funcionamiento y el criterio decisivo en la organización social. Ante esta realidad, (que excluye a muchos) anunciamos el valor supremo de cada hombre y de cada mujer. El Creador, en efecto, al poner todo lo creado al servicio del ser humano, manifiesta la dignidad de la persona humana e invita a respetarla (cf.Gn 1,26-30) (D.A.n 387). Proclamamos que todo ser humano existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó y por el amor de Dios que lo conserva en cada instante. La creación del varón y la mujer, a su imagen y semejanza, es un acontecimiento divino de vida, y su fuente es el amor fiel del Señor. Luego, solo el Señor es el autor y dueño de la vida, y el ser humano, su imagen viviente, es siempre sagrado, desde su concepción, en todas las etapas de la existencia, hasta su muerte natural y después de la muerte”( D.A. 388).

Queda mucho camino por recorrer y muchas barreras por superar para alcanzar esta bienaventuranza: pienso en las personas que aún no tienen una vivienda digna, que carecen de pan y de trabajo o que se sienten amenazadas porque el salario no alcanza para la familia…; pienso en la geografía de la pobreza y del desempleo de las comunas, que en nuestra Región alcanza los niveles más altos; pienso en los hermanos mapuches, en el fortalecimiento de sus identidades y organizaciones propias, la defensa del territorio, la educación intercultural, la indefensión y la confusión que sufren ante los embates de las ideologías alienantes ( cf D:A: n 529-531). Pienso también en las nuevas pobrezas que sufren numerosos hermanos por la irrupción de la droga, del alcoholismo, del abandono familiar y de otros males… Bienaventurada nuestra Región si sabrá trabajar por la dignidad de cada uno y de todos de sus hijos e hijas.

6.- La Bienaventuranza de la familia y de la vida

Sin duda, la familia constituye uno de los tesoros más apreciados de quienes compartimos el territorio del Bio Bio. Así lo demuestran investigaciones y estudios realizados en nuestra ciudad. También entre nosotros, especialmente entre los jóvenes, ella es apreciada como el gran patrimonio de la humanidad, que se debe proteger y fortalecer. Y fortalecer a la familia no es solo una tarea moral, sino también una estrategia de orden práctico, que asegura el futuro y destino de Chile. Por eso miramos con complacencia la creciente valoración de la familia, fundada en el matrimonio entre una mujer y un varón, signo del amor de Dios, que se despliega en la paternidad y maternidad, en la filiación y en la fraternidad. Admiramos a quienes la protegen de toda disgregación, alentamos a quienes promueven la cultura de la vida y trabajan para que los derechos de las familias sean reconocidos y respetados (Cf. D.A. 432-435). Aquí encuentra espacio también la reciente toma de conciencia de la necesidad de apoyar la natalidad en el país, con leyes oportunas y asegurando las asignaciones familiares correspondientes. Bienaventurada nuestra Región si en ella, la familia, santuario de la vida y del amor, encuentra el hábitat adecuado para su desarrollo.

7.- La bienaventuranza de la solidaridad

Con todas nuestras fuerzas debemos trabajar por alcanzar la bienaventuranza de la justicia y de la solidaridad. Nuestra Región ostenta sectores productivos dinámicos, globalizados, altamente competitivos y especializados que conviven con sectores sociales marginados de los frutos del progreso, sin calificación profesional ni capacidad de integrarse, o tan solo de comprender la dinámica y los códigos propios de una sociedad globalizada. Esta realidad plantea la necesidad de abogar por un cambio a favor de la solidaridad y de la justicia. Y, en primer lugar, es necesario despertar la conciencia: no nos puede dar lo mismo la pobreza en las calles o en los barrios, el dolor de los hermanos y hermanas o la falta de oportunidades de tantos. Es una exigencia evangélica, moral y cívica. No hay sistema político, económico y social viable y capaz de asegurar el desarrollo, si no se orienta por la justicia y la solidaridad. Necesitamos, entonces, abrir la mente y la voluntad a la bienaventuranza de la solidaridad y de la justicia, apoyando la participación de la sociedad civil y abriendo espacios de corresponsabilidad, hacia una verdadera economía solidaria y un desarrollo integral, solidario y sustentable (cf. D.A. n 406 a). Al logro del bien común contribuirán la creación de oportunidades para todos, la lucha contra la corrupción y a favor del buen gobierno y la vigencia de los derechos laborales y sindicales. Por ello, hay que trabajar por una cultura de la responsabilidad, a todo nivel, que involucra las personas, las instituciones y el mismo estado (cf. D.A. n 406 b).

Bienaventurada nuestra Región si orienta sus mejores esfuerzos y decisiones hacia la justicia y la globalización de la solidaridad entre todos sus habitantes.

8.- La bienaventuranza de la paz

Las fiestas patrias son una hermosa oportunidad para consolidar la voluntad de reconciliación, de tolerancia y de paz; una escuela donde renazca el compromiso con los valores democráticos y de respeto a todos los derechos de la persona humana, de acuerdo a su dignidad de hijo de Dios. El bien de la paz debe animar a todos a “construir en su patria una casa de hermanos, donde todos tengan una morada para vivir y convivir con dignidad”. Hemos de educar y conducir, cada vez más, al diálogo y a la reconciliación; enseñar a sumar y no a dividir. Importa cicatrizar las heridas, evitar peligrosas exasperaciones o polarizaciones y favorecer el crecimiento de dinamismos de verdadera integración.

Gracias a Dios, en el mes de la patria, nuestra Región no ha tenido que lamentar los violentos episodios que han caracterizado otros lugares, sin embargo no faltan síntomas preocupantes que es necesario superar con extrema lucidez. En la declaración “Educar para la paz, desafío para Chile”, los Obispos del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal, hemos advertido que notamos “una predisposición a la agresividad y la violencia que es sumamente preocupante”. Hemos recordado las dramáticas palabras del venerado Card. Silva:“tenemos que matar al odio antes que el odio envenene y mate el alma de Chile” y hemos invitado a “redoblar esfuerzos en el desafío de educar para la paz” (cf. Comité Permanente, Declaración del 14 de Sept. De 2007). Bienaventurada nuestra Región si sabe crear y favorecer un clima de escucha, de amistad social y de diálogo abierto que conduce a la paz.

SIGNOS DE ESPERANZA

9.- Entre nosotros, no faltan, gracias a Dios, signos de esperanza: alienta la voluntad de diálogo y de entendimiento que, también en nuestra Región, se han mostrado eficaces a la hora de enfrentar y solucionar conflictos sociales y laborales. Aprendemos, cada vez mejor, a modular el lenguaje de la solidaridad. Los jóvenes, el voluntariado y las diversas formas de servicio social dan cuenta de ello. Miramos con más respeto la verdad que hay en el otro; deseamos una educación más equitativa y de mejor calidad para los niños y los jóvenes; vemos crecer en tantas personas, políticos, empresarios, trabajadores y actores sociales, el compromiso por superar el escándalo de la pobreza y alcanzar un salario ético, expresión de equidad y justicia. Y como no valorar tantos esfuerzos para dar respuesta adecuada a las exigencias de un buen gobierno.

Todas estas energías encuentran aliento y estímulo en las Bienaventuranzas del Evangelio. Y, si las metas logradas nos alegran y nos llenan de esperanza, las dificultades no nos deben atemorizar, ni desalentar. Ellas, nunca, cierran el camino; exigen más bien un suplemento de entrega, de responsabilidad, de sacrificio y de amor. El Chile del Bicentenario lo pide.

La Patria crece con el aporte esforzado de todos sus hijos. Por eso, nadie tiene derecho a substraerse a tan noble misión y nadie tiene derecho a excluir a quienes, sustentando opiniones distintas, quieren aportar el propio capital humano al crecimiento de todos. Creemos que cuando las diferencias convergen, se vuelven riqueza común que benefician a todos.

Entonces, ¡Felices nosotros, felices los hijos de Chile, si perseveramos en este camino! ¡Felices si sabremos hacer de la sabiduría de Dios y de las Bienaventuranzas del Reino nuestra propia sabiduría!

10.- A María, Nuestra Señora del Carmen, Madre de Chile, confiamos nuestras inquietudes y nuestras esperanzas. Como en Caná, Ella nos obtenga de su Hijo divino, el don de la fiesta, esa fiesta que se aviva, cuando todos los hijos, sin exclusión alguna, pueden sentarse alrededor de la gran mesa de la fraternidad. A Ella la llamamos “bienaventurada” porque ha creído y ha servido. Con su manto de Madre cubra a todos los hombres y mujeres de Chile y, de manera particular, a los hombres y mujeres de nuestra Región.


Concepción, 18 de Septiembre de 2007.

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