Hacia un Bicentenario libre del flagelo de la droga
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Hacia un Bicentenario libre del flagelo de la droga

Fecha: Lunes 25 de Septiembre de 2006
Referencia: 354/2006
Pais: Chile
Ciudad: Santiago
Autor: Mons. Alejandro Goic Karmelic

Quédate con nosotros Señor,
atiende nuestro grito de auxilio.
Porque nosotros también deseamos tener vida
y vida en abundancia
”(Jn 10, 10).


Hablo en nombre del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile, que en su última sesión me encomendó especialmente dirigir este mensaje a ustedes y a todos los cristianos y personas de buena voluntad en nuestra patria.

1.- Nuestra Madre Iglesia chilena por muchos años ha querido tener una actitud de escucha cercana, atenta y cariñosa con sus hijos que más sufren las consecuencias de la “persistente y escandalosa desigualdad”. Ha buscado asumir la mirada evangélica de ir al encuentro del desvalido, de ser prójimo y próximo al que va herido por el camino, y una actitud de acogida incondicional acercándose a sus diversas realidades de dolor como lo hizo Jesús en la figura del Buen Samaritano, y en su encuentro con los peregrinos de Emaús. En este encuentro respetuoso y cariñoso, donde no hubo muchas preguntas, sólo escuchó y acompañó a aquellos hombres que venían tristes desde Jerusalén. Sin el acompañamiento de Jesús los peregrinos habrían perdido la esperanza, sucumbido ante la tristeza y desechado la oportunidad de mirar al futuro, porque estaban enceguecidos por la pena. Sin esa presencia cercana es imposible darnos cuenta de lo que estamos viviendo, tomar conciencia de la presencia del Señor en nuestra vida y de las continuas delicadezas que Él tiene con nosotros.

2.- De la misma forma nuestra Iglesia, que por ser Madre es esencialmente acogedora y cercana, se siente interpelada por la situación que viven miles de niños, jóvenes y adultos, hombres y mujeres, que sufren las consecuencias del consumo o, mejor dicho, del uso problemático de drogas.

En el Chile de hoy, el problema de las drogas afecta a muchísimas personas, familias y barrios. Esta situación, que se nos ha instalado casi sin darnos cuenta, nos desafía a buscar respuestas más efectivas, teniendo siempre como norte y fin último a la persona. Sin embargo, no podemos entender el sufrimiento producido por el consumo de drogas sólo como un problema individual. Es un fenómeno social que se expresa en personas concretas, y por tanto debemos hacer el esfuerzo de entender las condiciones sociales y comunitarias en las que estas personas se encuentran insertas; buscando entender y hacernos cargo de todas estas manifestaciones de las “nuevas pobrezas” de las que se nos habla en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (Nº 5).

3.- La persona que se hace adicta, que pierde su libertad por el abuso en el consumo de drogas, sufre profundamente y se ve obligada a desarrollar lo que es su gran capacidad: la de “Aprender a disimular el dolor”. Si a esta terrible capacidad desarrollada se la ubica en un contexto de pobreza y exclusión permanente el panorama se vuelve aún más desolador.

Por ello necesitamos miradas amables y humanizantes a las situaciones que viven miles de personas de nuestras poblaciones; requerimos propuestas de solución para ellos que hagan hincapié en las condiciones de exclusión, de calidad de vida y de falta de oportunidades de crecimiento.

Requerimos de la inversión del Estado, de los privados y de toda la sociedad para aumentar los recursos dirigidos a los sectores de mayor pobreza, mejorar la calidad de la educación, generar canales reales de participación en las comunidades y brindar viviendas dignas y de calidad a nuestros hermanos.

4.- Con dolor hemos visto cómo en los últimos años el problema del abuso en las drogas se expresa -con más fuerza que antes- en las mujeres y los niños que deambulan y viven en las calles. Algunas poblaciones viven todas las noches el constante ir y venir de sus jóvenes en busca de la pasta base, de cocaína o a la espera de que alguien le regale una moneda para comprar su sueño. Con frecuencia estas personas o sus familias acuden a nuestras parroquias a pedir ayuda para salir de su adicción. La “perversa droga” se está llevando especialmente a muchos de nuestros jóvenes. Ante este panorama, la Iglesia está llamada a jugar un papel importante como puente que conecte a quienes sufren situaciones de exclusión con el resto de la población del país.

5.- Distintas opiniones se repiten con frecuencia frente a la cuestión de las drogas: desde quienes promueven seguir endureciendo la mano hasta quienes sostienen que es una batalla perdida. Existen quienes afirman que los adictos son enfermos y quienes, no menos, les convierten en delincuentes. Ambos planteamientos –que no dan cuenta de las causas- son los que han iluminado predominantemente las decisiones a través de las cuales los chilenos hemos abordado estas situaciones en los últimos años.

Sin desconocer los avances que se han dado en el abordaje de los temas ligados al narcotráfico, invitamos a poner una atención especial en los ligados al llamado “microtráfico”, pues en este ambiente muchas veces hay personas que, más que traficantes, son víctimas de su propia adicción.

6.- La Iglesia, a través de distintas personas, grupos e instituciones, ha desarrollado iniciativas de orden académico y de acompañamiento a personas, familias y comunidades afectadas por este flagelo desde hace décadas y con importantes éxitos, y también con dolorosos fracasos. Nuestros esfuerzos se han centrado en la prevención y en la rehabilitación, pero también han explorado en la búsqueda de nuevas y mejores prácticas de intervención -técnicas y pastorales- que ayuden a atender, apoyar y fortalecer los procesos de trabajo y los abordajes de estos problemas, incorporando la perspectiva de la reducción de daños, especialmente relacionado con aquellas personas más excluidas. Sin embargo, estas acciones, que son de alto costo, tienen dificultades para mantenerse, e incluso algunas se han visto obligadas a dejar la gratuidad de sus atenciones, lo que nos preocupa muchísimo.

7.- “Prevenir” sugiere la capacidad de anticiparse, identificando causas reales y atendiendo antes que la situación se produzca. En nuestra sociedad, esto debe significar atender a todas las personas en sus derechos y necesidades básicas desde la infancia hasta la vejez; y traducirse en educación de calidad, alimento y abrigo. También en el apoyo a todas las iniciativas que promuevan el fortalecimiento de las familias como primeras formadoras de los hijos, y en la creación y recuperación de ambientes comunitarios atractivos, creativos y promotores de actitudes críticas y autónomas.

De esta manera podremos potenciar la existencia de barrios amables donde, en un clima de confianza, se pueda compartir la vida. La confianza es –también- la piedra angular para la rehabilitación y la reinserción social, proceso en el cual las oportunidades de trabajo digno y decente son esenciales.

8.- Con dolor vemos que muchas veces las medidas punitivas y de control social con los jóvenes y en los barrios han sido las estrategias privilegiadas, en desmedro de políticas que apunten a la respuesta cercana -como las casas de acogida- y estructurales -como el decidido apoyo a los centros de rehabilitación sin fines de lucro y la generación de espacios de participación real.

Es necesario poner el acento en la demanda y preguntarnos entonces porqué tantas personas recurren al consumo de alcohol y drogas, qué buscan o qué nos quieren mostrar. Es necesario y urgente escucharlas, considerar sus opiniones y acercarse a sus inquietudes, alegrías y dolores para que al igual que aquellos peregrinos de Emaús lleguen interiormente a decir “Quédate con nosotros Señor, porque se hace tarde” (Lc 24, 13-35). “Quédate con nosotros Señor y atiende nuestro grito de auxilio. Porque nosotros también deseamos “tener vida y vida en abundancia”(Jn 10, 10).

Especialmente hacemos un imperioso llamado a escuchar a los jóvenes. Recordamos, a un año del centenario de su nacimiento, las palabras de nuestro querido Cardenal Raúl Silva Henríquez cuando en su Sueño de Chile señalaba: “Pido y ruego que se escuche a los jóvenes y se les responda como ellos se merecen. La juventud es nuestra fuerza más hermosa. Ellos tienen el derecho a ser amados. Y tienen la responsabilidad de aprender a amar de un modo limpio y abierto. Pido y ruego que la sociedad entera ponga su atención en los jóvenes“.

9.- La drogadicción es un problema que nos interroga como sociedad y como Iglesia. Desafía nuestra caridad pastoral: ¿acaso es en verdad la persona lo más importante en nuestra sociedad y a la que queremos atender y ayudar a desarrollar?

Especial atención debemos tener por los niños y las niñas más pobres. En ellos el drama se vuelve casi un grito de auxilio y dolor. Nosotros les estamos escuchando y queremos que nuestras autoridades les escuchen.

El drama de las drogas es un reto, un gran desafío que no admite vacilaciones. O se está por una vida sin drogas, por una relación social sin dependencias y un abordaje social y comunitario del tema, asentado en el valor central de la dignidad humana, o terminaremos construyendo más cárceles y permitiendo la evasión de la realidad y las respuestas fáciles para situaciones mucho más profundas.

Sabemos que hay muchas personas e instituciones comprometidas en este esfuerzo y que hoy día nos acompañan algunas de ellas. Quisiera agradecer y estimular el trabajo de CONACE, de organismos de Iglesia, como el Hogar de Cristo, la Fundación Don Bosco, nuestros anfitriones de la Pastoral Nacional de Alcohol y Drogas y muchos otros, así como diversas ONG que, desde distintos niveles y ángulos buscan dar respuesta a esta realidad que nos golpea. A ellos nuestro agradecimiento y nuestra compañía en su caminar.

10.- En este mes dedicado a la Patria, deseamos escuchar de parte de la sociedad chilena la voluntad de avanzar en medidas integrales y de fondo que den cuenta real de la enorme dimensión que está teniendo el consumo de drogas para los niños y jóvenes en nuestro país y abran caminos de esperanza e integración.

Creemos que el esfuerzo conjunto de la Caritas Alemana y la Escuela Nacional de Formación en Abordaje de Adicciones en la realización de este IV Encuentro Internacional de Expertos será un aporte a una mirada inclusiva para tantas personas que viven y sufren en las fronteras de la sociedad.

Estamos todos preparando con gran entusiasmo las celebraciones con ocasión del Bicentenario, deseamos que estos preparativos no sólo se traduzcan en mejoras en infraestructura, grandes monumentos e inversión pública. Qué hermoso sería que fuera también una de las metas el terminar con el flagelo de la droga y con la enorme brecha de desigualdad que afecta de manera tan dramática a tantos hermanos nuestros.

Esa es nuestra invitación y esa es nuestra oración ante el Padre de la Misericordia por la intercesión de Nuestra Señora del Carmen, Patrona y Madre de Chile.


Por el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile,


† Alejandro Goic Karmelic
Obispo de Rancagua
Presidente de la Conferencia Episcopal de Chile


Santiago, 25 de Septiembre de 2006

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