Un llamado a revitalizar el alma de Chile
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Un llamado a revitalizar el alma de Chile

Fecha: Lunes 18 de Septiembre de 2006
Pais: Chile
Ciudad: Valdivia
Autor: Mons. Ignacio Ducasse Medina

Señoras y señores,
Hermanas y hermanos:

Como cada año, nuestro templo Catedral de Valdivia, situado en el corazón de la ciudad, abre sus puertas y nos acoge, convocados por el Dios de la Historia, para rezar por nuestra Patria. Nos reunimos autoridades del poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial; autoridades militares, de orden y seguridad; dirigentes vecinales y sindicales, académicos, empresarios, pastores representantes de Iglesias cristianas hermanas y ciudadanos todos. A cada uno, damos la más cordial bienvenida.

Reunidos como familia y recogiendo esta bella tradición de la Iglesia, queremos alabar a Dios y elevar hacia El, nuestra solemne Acción de Gracias por los innumerables beneficios que ha concedido a nuestra Patria a lo largo de este año. Pero también, queremos ofrecer los dolores que nos aquejan y que quebrantan “el alma de Chile”.

Alabamos a Dios con corazón agradecido por Chile...


Alabamos al Señor agradecidos, porque tenemos la convicción que hoy como ayer, él sigue actuando en medio de su pueblo, despertando los más nobles anhelos y esperanzas en el ser humano. Hoy, como ayer, él no cesa de conducirnos por medio de la inefable acción de su Espíritu, como escuchábamos en la lectura del profeta Joel.

Efusión del Espíritu que se derrama a todos, sin límites de edad, sexo o condición, signo de que Dios ha bendecido a su pueblo con gran prosperidad. Chile y Valdivia lo saben; por eso alabamos y agradecemos a Dios por los proyectos de libertad y justicia que nos han dado vida como nación. Ellos son una herencia que recibimos con gratitud, pero también, un desafío para nuestro presente y futuro.

Alabamos al Señor por escogernos como instrumentos suyos para “hacer de Chile una gran nación de hermanos, donde cada uno tenga pan, respeto y alegría”, como rezamos en la Oración por Chile.

... para que vele por el primado de la fe


Si verdaderamente acogemos la Palabra que el Señor nos dirige hoy, coincidiremos en que cada uno de nosotros es responsable de que esa efusión del Espíritu, llegue a anidar de forma límpida en nuestro propio corazón y en el alma de nuestra Patria.

Ello necesariamente nos remonta a nuestros orígenes como Nación. Ya lo mencionaba el año pasado en mi Segunda Carta Pastoral, “Elección Política y Responsabilidad Moral”, dirigida al pueblo católico y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad:

El nacimiento de la Patria, su libertad, identidad y cohesión están marcadas decididamente por su matriz cristiana, ésta es una raíz constitutiva de nuestro ser nacional. (...) Cada nación tiene su alma, y Chile conoce bien la suya. La fe en Dios, único Señor y Salvador de la historia, que se ha revelado en Jesucristo y permanece vivo en su Iglesia, es el núcleo fundamental y articulador de nuestra cultura. Es en esa matriz cristiana que se generaron los rasgos más definitorios del alma nacional, como el aprecio de la libertad, la preferencia por el orden jurídicamente sustentado, el intuitivo rechazo a todas formas de idolatría, fanatismo o extremismo, la predilección por la familia, el respeto a la vida, la generosa solidaridad con los desvalidos y una férrea voluntad unitaria” (nn., 24-25).

Hoy, de cara al Bicentenario de la Independencia de Chile, debemos revitalizar estos valores y recobrar, con fidelidad creativa, aquello que nos dio origen y que ha tejido lo mejor de nuestra historia. Este es un desafío irrenunciable que atañe a todos los chilenos que con responsabilidad viven el presente, conscientes que lo que un día recibimos -un país como tierra de libertad y justicia para todos-, es el que quisiéramos heredar a las futuras generaciones, sin que ellas un día nos lo reprochen o nos lo echen en cara, por haberles heredado un Chile, fruto de nuestra inconsecuencia.

En la vida humana no existen sólo derechos ni sólo libertades: los derechos vienen correlacionados con deberes, y la libertad conlleva responsabilidad. Ese es el orden de la justicia, fundamento a su vez de la paz. Quien reclama de la sociedad respeto, no puede sin contradicción excusarse de asumir las responsabilidades elementales en la construcción de la sociedad chilena.

... para que salvaguarde la libertad y la verdad


Como actividad humana, la política y sus actos propios se someten a superiores leyes morales de universal validez. Enunciar y aplicar estos códigos es competencia de quienes hemos recibido la misión de maestros y pastores. Nuestro respeto a la legítima autonomía del orden temporal y a la libertad de las conciencias en sus decisiones políticas se transparenta, precisamente, en el ofrecimiento de criterios válidos para formar la conciencia y honrar el ejercicio de la recta libertad.

En este contexto, el Cardenal Raúl Silva, de quien hemos comenzado a celebrar el centenario de su nacimiento, destacó en el Te Deum del año 1974, el aprecio a la libertad -individual y nacional-, como el bien supremo, superior, por la cual cada ciudadano debe velar.

En Chile no tiene cabida o vigencia ningún proyecto histórico, ningún modelo social que signifique conculcar la libertad personal”.

Sus palabras, 32 años más tarde, entrañan para nosotros una gran responsabilidad: Todo chileno debe educarse y educar a la libertad. Debe capacitarse para el libre ejercicio de las propias aptitudes; para pensar, discernir, opinar y actuar; para participar en la elaboración y puesta en práctica de las decisiones sociales... Esta, es una tarea primordial de todos los chilenos y donde la educación juega un rol preponderante e irremplazable.

Como señaláramos los Obispos de Chile en el documento de trabajo “En camino al Bicentenario”, propuesto a los constructores de la sociedad, sólo a través de la educación llegaremos a develar la verdadera dimensión de la libertad:

El ser humano nace libre y está llamado a ejercer su libertad para buscar el bien y la verdad. Por eso, se requiere un debate sobre el contenido y ejercicio de la libertad, sin confundirla con libertinaje y sin identificarla sólo con el bien subjetivo, necesariamente parcial. Esto vale tanto para la libertad personal, como para la libertad de comercio o la libertad de expresión. Ninguna de ellas constituye un fin en sí mismo” (n., 28).

El amor a la verdad permite establecer relaciones en un marco de confianza, generando una vida social sana. El relativismo, la indiferencia o, peor aún, el menosprecio de la verdad, termina quitándonos toda posibilidad de comunicación. Para un cristiano, ella tiene especial resonancia cuando Jesucristo mismo se ha identificado con la Verdad y nos ha enseñado, con su palabra y con su vida, que la verdad nos hará libres (cf. Jn. 8,32).

El derecho a la libertad y el amor por la verdad, se relacionan íntimamente con la dignidad incuestionable de la persona humana y de toda persona humana, que todos estamos llamados a defender.

... para que defienda y proteja a los excluidos


Si toda vida es sagrada, la vida de los más débiles, de los enfermos, de los más pobres y excluidos de nuestro país, y hoy en Valdivia, cobran especial importancia a los ojos de Dios. Los pobres deben ser nuestra opción preferencial y ellos deben ser protagonistas de su desarrollo. En la “Agenda Política” deben tener prioridad los temas relacionados con el trabajo digno, su justa remuneración y la urgencia de disminuir la “escandalosa brecha social que hoy persiste”; al igual que los temas de salud, educación, vivienda y el espacio apropiado para el desarrollo de una vida familiar adecuada.

El progreso material o el bienestar económico que deviene, por ejemplo, tras el costo-record que ha experimentado el cobre en nuestro país, han de ser un medio al servicio de la dimensión superior y espiritual del hombre, de lo contrario se vuelve contra él. Medir el desarrollo del país sólo por los indicadores económicos es empequeñecer la visión de la persona humana y de la vida en sociedad.

Dos aliados:
La Familia y la Educación


Chile, y en particular hoy, Valdivia, puede dar vida al alma de Chile ayudado de dos grandes aliados: La Familia y la Educación.


Familia,
una escuela de libertad y servicio...


Un espacio fundamental para recrear permanentemente los anhelos de verdad, libertad y justicia es la familia, como “el lugar primario de la ‘humanización’ de la persona y de la sociedad” y “cuna de la vida del amor” (Ch. L., n. 40). La familia, siendo la comunidad natural donde se experimenta y aprende la sociabilidad humana, contribuye de modo único e insustituible al bien de la sociedad. Ella constituye una escuela fundamental de libertad, pues tiene su origen en la libertad del hombre y la mujer que se comprometen en un proyecto mutuo de amor y servicio. Y es, precisamente, en el vínculo de amor libremente asumido que tiene su más sólido fundamento como escuela de libertad para los cónyuges y sus hijos.

Cuando la estabilidad familiar es adecuadamente protegida, una sociedad crece más sana; el núcleo familiar crece más sólido. Por eso, no permanecemos indiferentes frente a aquellas tendencias que minan los fundamentos de la vida familiar, en especial cuando se debilita el reconocimiento del matrimonio indisoluble como el núcleo auténtico de la familia a la que aspiramos. Cuando un alto número de familias carecen de viviendas dignas y con espacios necesarios para desarrollar su vida. Cuando crecen los sistemas y horarios laborales que dificultan el encuentro de los esposos y la presencia de éstos en la educación de los hijos. Ello, sumado al progresivo descenso que experimenta la natalidad en nuestro país y las consecuencias futuras que ello conlleva, debiesen constituir un decidido empeño por cuidar y fortalecer la familia, concebida como la “célula básica de la sociedad”.

De ahí la necesidad de diseñar normas gubernamentales que edifiquen y miren al bien de la familia; normas que consideren el sentir de los padres y de sus hijos, como asimismo, la participación responsable de la ciudadanía y de aquellos entes vinculados directamente a la construcción de la sociedad chilena. Es responsabilidad de todos crear instancias que nos permitan crecer como Nación buscando siempre la supremacía de la dignidad del ser humano.

Dirigiéndose a las familias del mundo entero, en el V Encuentro Mundial de las Familias, realizado el 9 de Julio, el Papa Benedicto XVI dijo:

En la cultura actual se exalta muy a menudo la libertad del individuo concebido como sujeto autónomo, como si se hiciera él sólo y se bastara a sí mismo, al margen de su relación con los demás y ajeno a su responsabilidad ante ellos. Se intenta organizar la vida social sólo a partir de deseos subjetivos y mudables, sin referencia alguna a una verdad objetiva previa como son la dignidad de cada ser humano y sus deberes y derechos inalienables a cuyo servicio debe ponerse todo grupo social.

La Iglesia no cesa de recordar que la verdadera libertad del ser humano proviene de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios. Por ello, la educación cristiana es educación de la libertad y para la libertad
”.

En este marco, el Papa Benedicto fue muy enfático al referirse al rol irrenunciable que le cabe a la familia:

“... los padres tienen el derecho y el deber inalienable de educar a sus hijos en el descubrimiento de su identidad, iniciarlos en la vida social, en el ejercicio responsable de su libertad moral y de su capacidad de amar a través de la experiencia de ser amados y, sobre todo, en el encuentro con Dios. Los hijos crecen y maduran humanamente en la medida en que acogen con confianza ese patrimonio y esa educación que van asumiendo progresivamente. De este modo son capaces de elaborar una síntesis personal entre lo recibido y lo nuevo, y que cada uno y cada generación está llamado a realizar”.

Bien sabemos que no se trata de una tarea fácil, por ello invocamos al Espíritu de Dios, fuente y dador de Vida. La lectura del profeta Joel nos decía que por la acción del Espíritu de Dios “los ancianos tendrán sueños y los jóvenes verán visiones” (Joel 3,2). Habitualmente sucede lo contrario, los jóvenes están llenos de ilusiones y los adultos ven más claro. Necesitamos que el Espíritu nos ayude en esta tarea, que en Chile nos involucra a todos, para que nuestros jóvenes no sólo tengan esperanzas, sino que vean con claridad el presente, el futuro y lo que la vida les demanda; para que a su lado tengan a adultos que les tiendan la mano, que caminen con ellos con una mayor perspectiva, pero por sobre todo, que sean adultos que les sirvan de líderes, por la nobleza de sus ideales.

... La Educación,
formadora de personas


Sólo el caminar por esta senda nos asegurará el anhelado bienestar de la sociedad chilena. Para ello, la familia chilena requiere de otro fiel empeño, el aliado de la Educación, por cuanto reconocemos que

todos los hombres, de cualquier raza, condición y edad, por poseer la dignidad de persona, tienen el derecho inalienable a una educación que responda al propio fin, al propio carácter, al sexo diferente, a la cultura y a las tradiciones patrias. Y, al mismo tiempo, que esté abierta a las relaciones fraternas con otros pueblos, para fomentar en la tierra la verdadera unidad y la paz. Por eso, el Estado ha de prever que a todos los ciudadanos sea posible el adecuado acceso a la cultura y a una participación viva de sus valores, como asimismo a la debida preparación para el cumplimiento de sus obligaciones y derechos civiles” (Educación, Familia y Pluralismo, n., 3).

A nadie le cabe duda que en la calidad y equidad de la educación se juega de modo decisivo el presente y el futuro de nuestros anhelos de libertad y justicia.

A su vez, el ejercicio de este derecho a la educación,

reclama como condición auténtica de su realización, la plena libertad de que debe gozar cada persona, -y en el caso de los niños y niñas, los padres de familia- para elegir la educación para sus hijos que consideren más conforme a los valores que ellos más estiman y consideran indispensables”. (Ibid. n., 4)

Durante este año, a partir de peticiones prácticas, concretas y maduras de los estudiantes se ha llegado finalmente a imponer un debate nacional acerca de nuestro sistema educacional y su calidad. Esta ha sido una buena oportunidad para recordar que el centro de todo hecho educativo ha de ser siempre la persona del alumno, más que el logro de determinados aprendizajes.

Como Iglesia valoramos la creación del Consejo Asesor Presidencial convocado para el análisis de dichos problemas, como asimismo, el trabajo, reflexión y propuestas que los miembros de dicho Consejo están realizando. Se trata de una tarea en la que la Iglesia colabora con disponibilidad, a partir de su larga tradición educadora, como “madre y maestra” y con el testimonio de tantos educadores católicos que trabajan en todos los niveles a lo largo del país.

Este debate educacional, la calidad del mismo y la elaboración de propuestas concretas, no escapa a ningún miembro de la sociedad, más bien exige un esfuerzo responsable de todos para satisfacer las demandas actuales, transformando esta instancia en una escuela de verdad, libertad y justicia para el país y su sistema educacional. Desafío que sólo podremos cumplir, ayudados del Espíritu “que se derrama sobre todos los hombres” y que hace nuevas todas las cosas.

Chile y Valdivia pueden construir sólidamente

Así, sobre estos cimientos quisiéramos edificar el alma Chile. Quisiéramos que todo ser humano sea respetado y valorado en su dignidad, desde que es concebido en el vientre materno, hasta que llega a la ancianidad; sea de la condición social que sea, no importando el pensamiento político o credo religioso, pues toda vida humana merece nuestro respeto.

Hoy, con el Cardenal Raúl Silva volvemos a decir:

Quiero un país donde se pueda vivir el amor. (...) Nada sacamos con mejorar los índices económicos o con levantar grandes industrias y edificios, si no crecemos en nuestra capacidad de amar. Los Jóvenes no nos perdonarían esa falta. Pido y ruego que se escuche a los jóvenes y se les responda como ellos se merecen. La juventud es nuestra fuerza más hermosa. Ellos tienen el derecho a ser amados. Y tienen (el derecho a ejercer) la responsabilidad de aprender a amar de un modo limpio y abierto. Pido y ruego que la sociedad entera ponga su atención en los jóvenes, pero de un modo especial eso se lo pido y ruego a las familias. ¡No abandonen a los jóvenes! ¡Escúchenlos, miren sus virtudes antes que sus defectos, muéstrenles con sus testimonios un estilo de vivir entusiasmante!
(...) Quiero para mi Patria lo más sagrado que yo puedo decir: que vuelva su mirada hacia el Señor. (...) Quiero que mi Patria escuche la Buena Noticia del Evangelio de Jesucristo, que tanto consuelo y esperanza trae para todos. Este es mi sueño para Chile y creo que con la ayuda de María, ese sueño es posible convertirlo en realidad
”.

Este es, podríamos decir, el sueño “pendiente” de Chile; un sueño que sin embargo, depende de nosotros hacer realidad hoy en nuestro país y específicamente en Valdivia, heredándolo como preciado tesoro a nuestras futuras generaciones.

Valdivia, con sus autoridades y habitantes, se prepara a dar un salto histórico y maduro, como es la constitución y puesta en marcha de la “Región de Los Ríos”. Quien discierne y reflexiona este hito histórico no puede, en conciencia, vivir el presente y mirar al futuro, sin tener claridad respecto de estos cimientos valóricos que se transforman en líneas concretas -más que de acción- de lo que debe ser en su esencia, un país o una región. De lo contrario, corremos el riesgo de construir una sociedad sobre arena cuando en vez, podemos optar por cimientos sólidos.

A fin de iluminar nuestro caminar, el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal desarrolló un documento de trabajo denominado “En Camino al Bicentenario”, y una metodología, con el objetivo de convocar a líderes sociales, y a los constructores de la sociedad a repensar el Chile que queremos construir en vistas al 2010.

Hoy, en este día tan especial para nuestra Patria, como Diócesis de Valdivia, haremos entrega de este Documento a personas de diversos ámbitos de la vida ciudadana, quienes instarán a otros a trabajarlo desde ahora y durante el año 2007 a través de diversas instancias. Se trata de un servicio desde la Iglesia, para reflexionar y dialogar el país y la ciudad que queremos para el 2010.

La celebración del Bicentenario acontece en tiempos en que la discusión valórica ha cobrado especial interés en temas tan cruciales como el respeto por la vida, el servicio público, el futuro del matrimonio y la familia, el desarrollo económico, la calidad de vida, la igualdad de oportunidades para todos y la justicia social, el sentido y el ejercicio de la sexualidad, la libertad de expresión y el respeto debido a las personas, y tantos otros que se debaten entre nosotros.

Por ello, estamos ciertos que para el país y, especialmente para Valdivia, ésta es la ocasión para revitalizar el “alma de Chile” proyectándonos hacia el futuro con la voluntad de servir al país a partir de valores esenciales que sustentan nuestra identidad nacional.

... al servicio del plan de Dios


En esta tarea, los creyentes en Jesucristo; la Iglesia, con su propia fragilidad y fortaleza, quiere ser la humilde servidora de esos anhelos que Dios ha puesto en el corazón del hombre.

Se trata de una colaboración que tiene su carácter específico e irrenunciable, como señala el Papa Benedicto XVI en su carta “Deus caritas est”.

la Iglesia no puede ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia. Debe insertarse en ella a través de la argumentación racional y debe despertar las fuerzas espirituales, sin las cuales la justicia, que siempre exige también renuncias, no puede afirmarse ni prosperar. La sociedad justa no puede ser obra de la Iglesia, sino de la política. No obstante, le interesa sobremanera trabajar por la justicia esforzándose por abrir la inteligencia y la voluntad a las exigencias del bien” (n., 28).

Hoy, tenemos la oportunidad privilegiada de revitalizar el alma de Chile, de ser constructores de la sociedad. Ello será una realidad, sólo en la medida que seamos capaces de interpretar los dolores, las esperanzas y los anhelos de la gente, para ayudarlos a caminar en la dirección correcta.

María, nuestra madre, Nuestra Señora del Rosario, Patrona de esta Diócesis de Valdivia, quien al aceptar la encarnación de Jesucristo en su vientre bendito, se puso al servicio de las fuentes de la vida, nos conceda ser fieles a la Misión que su Hijo nos confía.

† Ignacio Ducasse M.
Obispo de Valdivia


Valdivia, 18 de Septiembre de 2006.
Templo Catedral
Te Deum, Fiestas Patrias.

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