1.- Estamos celebrando con alegría las fiestas de la Independencia Nacional; con razón el país celebra su historia y su identidad como pueblo soberano y libre, con todas sus raíces, gestas heroicas y su desarrollo espiritual y material de antes y de ahora.
Hoy es el momento preciso para recoger toda nuestra realidad y presentarla como alabanza y ofrenda al Señor de la vida y de la historia a través del Himno Te Deum, que es pura alabanza y gratitud. Es reconocer la presencia amorosa del Padre común inspirando y acompañando nuestra historia que ha sido una historia tejida con
ideales de libertad y justicia, buscando el respeto del orden jurídico y político y también el bienestar y
la paz para todos; y también reconocer tantos valores humanos y cristianos en las múltiples actividades de los chilenos sobre todo cuando aman y sirven a sus hermanos.
Esta alabanza hoy quiere expresar una sincera gratitud al Dios bueno que nos ha dado este territorio vasto y tan variado; gratitud por lo que somos ante todo como personas y como fusión de razas, con rica diversidad y con una peculiar historia donde caben heróismos, altibajos de entendimientos y enfrentamientos, gozos, dificultades y esperanzas. Gratitud especial por el gran don de la fe que nos hace conscientes de nuestra grandeza y dignidad, que nos invita a ser verdaderos hermanos, nos consuela en las tristezas y dolores y a la vez nos alegra y fortalece para vivir, trabajar y hacer un camino que un día será pleno y con una meta de vida eterna y perfecta. Recibamos pues con un corazón limpio aquella palabra de Dios que nos dice “Permanezcan firmes en un mismo espíritu y luchen con un solo corazón por la fe del Evangelio” (Fil. 1, 27). Y luego: “No amemos con puras palabras y de labios afuera, sino verdaderamente y con obras” (1 Jn. 3, 18). Sabemos que esto ya lo hemos tratado de vivir innumerables veces en la historia de Chile y ojalá podamos seguirlo haciendo siempre.
2.- En este momento de alegría y de fiesta queremos recordar especialmente lo que es más positivo de la historia y todas las riquezas sociales y espirituales que se siguen viviendo hoy. Nos referimos ante todo a la
realidad de la familia como institución creada directamente por Dios y como un patrimonio el más originario y sagrado de la humanidad. Luego mencionemos a
tantas Organizaciones que unen a la gente, la organizan y trabajan por objetivos comunes como por ejemplo tantas Juntas Vecinales, Sindicatos, Cooperativas, Gremios diversos, Partidos Políticos, Organismos de Desarrollo y Promoción Social, o de investigación y capacitación social, etc. Hay una inmensa red de estos organismos. Luego debemos sumar una gran cantidad de
entidades de solidaridad para ayudar a discapacitados, ancianos o niños abandonados o jóvenes con necesidad de rehabilitación de droga y alcohol, de enfermos de diversa índole, etc. Son muestras de valores vivos, de amor fraterno y de servicio desinteresado.
Enseguida, tantos
servicios públicos y privados que organizan, orientan y ayudan; la salud, la educación, la producción, el trabajo, las artes, el deporte, la vivienda, las comunicaciones, etc.; y abarcando todo ese conjunto está
el Estado mismo y
las Iglesias, la religión. Así, tendremos entonces siempre los continuos llamados a la fe y el amor y por otra parte las organizaciones democráticas y la red social y política para que todos participen y sean libres e iguales en derechos y deberes.
¡Cómo no reconocer y dar gracias por toda esa riqueza interior! Eso es lo que produce toda la acción personal y social y todas las estructuras humanas que sostienen y hacen efectiva la intención de servir, de trabajar y de vivir en familia y sociedad organizada y eficiente en sus propósitos.
El Señor nos ilumina con su Palabra diciéndonos: “Mi Padre encuentra gloria en esto: que ustedes produzcan muchos frutos, llegando a ser con esto mis auténticos discípulos” (Jn. 15, 8) y luego agrega el Señor “Yo les digo esto para que mi alegría esté en ustedes” (Jn 15, 11).
En todo esto vemos muchos frutos y continua labor y esfuerzo, con inmensos valores. Sin embargo, debemos traer presente también que en medio de todo ello las debilidades, las fallas y los defectos también están y estarán continuamente presente, ya que nuestra condición humana está llena de grandezas y de miserias a la vez. Por eso los cristianos decimos: es la mezcla de gracia y de pecado en nuestra existencia terrena.
3.- Por otra parte es importante visualizar en esta fecha los desafíos y las tareas del momento actual que vive la Patria para seguir respondiendo a nuestra vocación humana y cristiana. Como creyentes debemos estar siempre muy conscientes del momento histórico que nos toca afrontar y construir para entregar allí lo que somos y tenemos, miremos la Patria entera y su historia como un don y a la vez como una tarea. Sí, primeramente es un gran don, un precioso regalo de geografías, etnias, climas, frutos y sobre todo de personas, de vida humana, con historia, luchas, con éxitos y derrotas, progresos y dificultades; y en seguida la Patria es una tarea permanente y a la vez una tarea común, de la que nadie debiera quedar fuera o automarginarse. Tarea amplia que está unida a la construcción de la sociedad y de la historia, del desarrollo de la vida personal de cada uno.
Para comprender mejor la riqueza de este don y los desafíos que conlleva esta tarea de todos, queremos acudir directamente
al Señor Jesús, que nos ofrece su propio camino y su propia vida. Él es el camino auténtico que va produciendo verdadera vida y soluciones para la historia personal y social. Así lo creemos de corazón. “Jesucristo sacrificó su vida por nosotros y en esto hemos conocido el amor; así también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1Jn. 3, 16).
Esto quiere decir, que siguiendo el camino de Jesucristo, creceremos inmensamente primero como personas y luego como comunidad pequeña y grande y como sociedad toda, porque viviremos siempre amando más y más.
Dejémonos iluminar por algunas palabras bíblicas:
“Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil. 2, 5).
“Revístanse de sentimientos de tierna compasión, de bondad, de humildad y de paciencia”. (Col. 3, 12)
He aquí un sencillo programa de verdaderos hermanos que se respetan y se ayudan.
Continúa el texto: “Sopórtense y perdónense unos a otros. Hagan lo mismo que hizo Cristo Jesús”. (Col. 3,13)
Ese es el camino. Luchar de corazón para actuar como Jesucristo. Que sea nuestro gran ideal; y recordando al querido Santo Chileno San Alberto Hurtado, volvamos a hacer presente su conocida enseñanza “¿qué haría Cristo en mi lugar?”.
4.- Todo esto nos lleva a una sociedad sana y limpia, con fuerza y alegría para desarrollarse y con capacidad sincera de perdonar y llegar a amar con tal medida que seamos capaces de ir erradicando odios, distancias y resentimientos.
Reconozcamos que todo esto es camino hermoso y difícil a la vez, pero siempre posible con Jesucristo.
La Palabra de Dios continúa diciendo: “Por encima de todo tengan el amor, que es el vínculo perfecto”.
Es decir, entonces, que no llegaríamos a nada bueno ni perfecto si no logramos decidirnos por caminar en amor sincero y profundo.
Sólo así iremos encontrando entre todos las mejores alternativas de vida en común, de entendimiento y de progreso integral, que involucre crecimiento espiritual y material.
Este amor de hermanos nos lleve a asumir este año algunos temas candentes que han preocupado fuertemente al país: especialmente lo relacionado con la familia, la vida en sí misma desde su concepción, la educación integral, la seguridad de personas y propiedades, el trabajo, la libertad, la salud, los valores diversos, etc…
Cada uno de estos importantes temas esperamos que puedan ser tratados con gran seriedad y profundidad y con el aporte de todos; donde el Estado organiza y guía y donde nunca falte la iluminación de los valores de la fe, con la presencia de las Iglesias y las diversas religiones, junto a la mirada de las ciencias y de los distintos ámbitos del saber humano. El hombre no estará completo ni pleno sin esas dimensiones.
El ser humano en sí mismo posee una vastísima riqueza de sabiduría, de capacidad de amor y de entrega, de búsqueda continua y libre de múltiples aspectos y siempre en crecimiento.
Allí mismo nuestra fe descubre el Espíritu de Dios guiando a cada persona y a la vez a la historia de toda la humanidad.
En este día fijamos especialmente nuestra mirada de fe en nuestro Dios y Señor Jesucristo como el camino de plenitud para el hombre.
Actualizando un anterior documento de la Iglesia en Chile, hoy podemos también repetir (documento del Comité Permanente de los Obispos de Chile “El reencuentro que anhelamos” del 08, Septiembre, 1993): “El camino de Jesús propone aceptar la dignidad de cada ser humano creado a imagen de Dios y llamado a ser su hijo. Propone también creer en la fuerza del amor y hacer a los otros lo que quisiéramos que ellos hicieran con nosotros; usar el poder y los bienes de la tierra para servir y no para dominar; tener una especial preocupación y delicadeza con los pobres y con los que sufren; tener la grandeza de expresar arrepentimiento, de pedir y otorgar el perdón, y el heroismo de amar al enemigo para vencer el mal con el bien; tener la sabiduría de no convertir el sufrimiento en amargura sino hacerlo fermento de una vida nueva; estar dispuestos a renunciar a toda fuerza de violencia siendo mansos y humildes de corazón”. (N°3).
“Sabemos que seguir este camino no es fácil porque hay una herida en lo más intimo del hombre, que a la luz de la fe llamamos pecado” (N°4); pero también el hombre íntimamente posee ansias eternas de vida mejor y más perfecta porque somos imagen de Dios mismo.
Actualmente vivimos “una hora particularmente propicia para preguntarnos con altura de miras, qué país queremos construir, qué metas, qué esperanzas, qué caminos y qué sacrificios queremos asumir y compartir”. Igualmente este tiempo debería “ser un momento privilegiado para tomar conciencia de los problemas prioritarios que están sin resolver y para buscar, entre todos, los caminos posibles de solución” (N°6); y llegar “a un proyecto común que nos convoque como Nación” (N°7). Más que nunca en estos años que empezamos a conmemorar el bicentenario de la vida republicana.
Quisiéramos entonces que nadie se sienta excluido del Chile que anhelamos.
“Tenemos una vocación de paz, y ella debe expresarse sobre todo en un país que sea muy solidario. Queremos una Patria donde todos puedan participar con equidad de los frutos que produce nuestra tierra y nuestra gente, donde todos se sienten responsables del progreso y pongan su parte para corregir los errores del pasado” (N°7).
Y sobre todo, el principal llamado es que primero los cristianos y todos los creyentes seamos de verdad lo que decimos ser.
Al Señor nuestro Dios damos gracias por todo lo recibido y lo vivido; y a Él encomendamos nuestro futuro.
Amén.
† Enrique Troncoso Troncoso
Obispo de Melipilla
Melipilla, 18 de septiembre de 2006
