Día de la Solidaridad... en la huella del P. Hurtado
Hoy, 18 de Agosto, aniversario de la Pascua del Beato Alberto Hurtado, la Patria celebra el Día Nacional de la Solidaridad. Nosotros, movidos por su testimonio, hemos querido dar en nuestra diócesis un significativo aporte a esta gran causa con la Semana Social que hoy culminamos con la celebración de esta Eucaristía, verdadero “proyecto de solidaridad para toda la humanidad” (MND., 27).
Queridos hermanos y hermanas, basta mirar “las escandalosas brechas sociales, económicas y culturales existentes en nuestro país” –como lo decíamos los Obispos de Chile hace pocos meses atrás-, para darnos cuenta de la falta de equidad que padecemos en forma creciente y de la necesidad urgente de un mayor espíritu solidario que nos haga buscar de manera inteligente y eficaz los caminos que permitan revertir esta tendencia para hacer de Chile un verdadero país de hermanos.
El Padre Hurtado coloca justamente en este espíritu solidario, que él denomina “actitud social” o “sentido social”, y que lleva a la responsabilidad social, el punto de partida de una sociedad más justa y solidaria; decía:
“El sentido social: esa actitud espontánea para reaccionar fraternalmente frente a los demás, que lo hace ponerse en el punto de vista ajeno como si fuese el propio; que no tolera el abuso frente al indefenso; que se indigna cuando la justicia es violada. La responsabilidad social: que dice bien claro que no puede uno contentarse con no hacer el mal, sino que está obligado a hacer el bien y a trabajar por un mundo mejor”.
Este “sentido social” fue el gran legado del P. Hurtado tanto a la Patria como a la Iglesia, y nosotros sentimos hoy el llamado de Dios a hacer lo que él decía:
“Hay que avivarlo, educarlo, orientarlo, porque nuestro país tiene una inmensa urgencia de que un mínimo al menos de bienestar sea extendido a gran número de ciudadanos que hoy carecen de una vida que se pueda llamar humana”.
La historia personal de Alberto Hurtado nos muestra la serie de experiencias vitales que fueron despertando en él el sentido social: el quedar huérfano de padre ciertamente le hizo sentir compasión por todos los niños abandonados; esta pérdida produjo graves carencias económicas en su familia y tuvo que vivir de allegado donde sus tíos, lo que le hizo comprender mejor el drama de los pobres y de los sin techo; esta misma situación lo obligó a trabajar para sostener sus estudios y a su familia por un tiempo: le hizo entender más a tantos jóvenes pobres y a los trabajadores.
Lo importante es que en cada etapa de su vida el Padre Hurtado se hizo una pregunta clave, que provenía de su profunda fe: ¿Qué haría Cristo en mi lugar?. Pregunta hecha siempre en un clima de oración, a la luz de datos sociológicos cuidadosamente estudiados y en un contacto directo y personal con los pobres y marginados de su tiempo. Todas condiciones indispensables para construir también hoy la solidaridad.
El responder a esta pregunta nos da otra mirada sobre la realidad: la mirada del profeta, la mirada de Dios que nos cuestiona, que exige conversión, cambio, tanto a nivel personal como a nivel social, porque es una mirada amplia, totalizante, desafiante. ¿Es Chile un país católico? se preguntaba el P. Hurtado después de mirar junto a las poblaciones callampas del Santiago de los años 40 el despilfarro de los más ricos, de observar un analfabetismo que alcanzaba el 25% de la población, de ver la falta de educación, la alta tasa de mortalidad infantil, los salarios miserables, etc.
Y de la mirada nueva sobre la realidad, el P. Hurtado pasaba a los proyectos nuevos y a una entrega personal generosa para llevarlos a cabo. Sin esta donación personal es imposible construir la solidaridad. En unos apuntes de retiro él escribía:
“que mi vida cristiana esté llena de celo apostólico, del deseo de ayudar a los demás, de dar más alegría, de hacer más feliz este mundo. Consagración entera en mi espíritu y en las obras...una vida sin compartimentos, sin jubilación, sin jornadas de 8 o 12 horas. Toda la vida entera y siempre para vivir la vida de Cristo”.
Sin embargo, no todos están dispuestos a hacerse preguntas, ni a dejarse cuestionar para construir un mundo solidario. Y el Padre Hurtado corre
la suerte de todos los profetas: la incomprensión, la calumnia, la expulsión, el exilio. Vuelve entonces su mirada hacia Cristo:
“debemos volver nosotros los sacerdotes del siglo xx al salvador, pobre, doliente, crucificado para ser por él y como él, pobres, sencillos, dolientes y, si fuera necesario, muertos por él... mientras no santifiquemos nuestro trabajo con considerables sacrificios personales, nuestra labor será estéril”.
Trabajar por una sociedad solidaria exige entonces una disponibilidad para el sacrificio, para tomar la cruz y seguir tras los pasos de Jesús. Sin pasar por esta experiencia de muerte no hay resurrección.
En la celebración diaria de la Eucaristía, el P. Hurtado, iluminado por la Palabra de Dios, se ofrecía junto con Cristo al Padre y recibía el Pan Vivo bajado del cielo para tener la fuerza de construir con Jesús un mundo nuevo. Decía:
“Hacer de la Misa el centro de mi vida. Prepararme a ella con mi vida interior, mis sacrificios, que serán hostia de ofrecimiento; continuarla durante el día dejándome partir y dándome...en unión con Cristo. ¡Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada!
La auténtica solidaridad brota y se nutre de Cristo quien en su encarnación se hace solidario con nosotros. Cristo “no hizo alarde de su categoría de Dios, se despejó de su rango y tomó la condición de esclavo”, como escuchábamos en la primera lectura. Hoy, resucitado, sigue estando presente de muchas maneras entre nosotros y, de un modo particular, en el pobre. El P. Hurtado lo explicaba así:
“Cristo se ha hecho nuestro prójimo, o mejor, nuestro prójimo es Cristo que se presenta bajo una u otra forma: preso en los encarcelados, herido en un hospital, mendigo en las calles, durmiendo con la forma de un pobre bajo los puentes de un río. Por la fe debemos ver en los pobres a Cristo y si no lo vemos es porque nuestra fe es tibia y nuestro amor imperfecto”.
A través de nuestro trabajo solidario servimos, entonces, a Cristo en el pobre, pero no podemos reducir la solidaridad a este servicio. Es necesario también buscar las causas de la pobreza y estudiar los mecanismos económicos, sociales, políticos y culturales para superarla. El Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile ve en el proceso electoral en marcha una oportunidad de debatir profundamente este tema y han pedido a los candidatos y candidatas que de una manera “oportuna, transparente y clara”, “formulen políticas favorables a la vida, a la educación, a la salud, a los trabajadores y a las personas de la tercera edad”.
Queridos hermanos y hermanas, que al culminar esta tarde, con esta Eucaristía, esta Semana Social y revivir, en espíritu de fe, la vida y mensaje de nuestro futuro santo, sea este un momento de gracia para toda la Iglesia en Chile, en especial para todas y cada una de nuestras comunidades esparcidas por todo el territorio diocesano, para ir descubriendo cada vez más que parte esencial de las vocación cristiana es la dimensión social de ésta; como decía el P. Hurtado “ser católico equivale a ser sociales”.
Continuemos nuestra celebración solidarizando con el Cristo que se entrega a nosotros fortaleciéndonos en la fe, animándonos en la esperanza y ensanchando nuestro corazón para amar como El nos amó y que hoy de un modo particular, nos lo enseña el P. Alberto Hurtado.
